Resistir fuera del guion en Argentina

Ilustración digital por @Pazconadie para Ojalá.

Opinión • Valen Iricibar • 16 de octubre, 2025 • Read in English

Un cántico popular en cada movilización en Argentina hoy es: “Milei, basura, vos sos la dictadura”. Pero si el cántico fuera algo como: “Milei, desgracia, vos sos la democracia”, centrando el sistema político que lo llevó al poder, quizás estaríamos teniendo otras discusiones que adeudamos e identificando otros frentes de lucha a nivel nacional.

Tenemos muchos guiones en nuestro país sobre quiénes somos y qué creemos—guiones que ya no funcionan. Muches están padeciendo ese naufragio de discurso. 

Pero siempre hubo personas y comunidades luchando por fuera de esos parámetros establecidos que sirven de ejemplo para resistir frente a un gobierno que hace de la crueldad un juego trivial. Ese entramado histórico de lucha pasó a primer plano el 1 de febrero de este año con la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista. 

Hablando de guiones: sé que ese primer párrafo llevará a que muches me tilden de gorila (antiperonista), apologista (prodictadura) o trotskista amargade. Así que aclaro: el presidente Javier Milei es el resultado poco feliz del proceso electoral argentino. No considero que la administración mileísta sea de carácter democrático ni dejo de condenar los crímenes de nuestras dictaduras militares. Siempre hay que alzar la voz contra las aberraciones que padecimos.

Lo que quiero remarcar es que tenemos preguntas abiertas enormes y, entre muchas cosas, la deslegitimación de esa política partidaria que provee muchos de esos guiones nos trajo a Milei, con nuevas líneas que no sirven de respuesta real. 

Hoy en día una de las preguntas centrales a las que todes nos enfrentamos es: ¿qué hacer frente a un gobierno para el cual ignorar protestas masivas no parece llevar un costo político tan alto?

Acá un punto de vista de quienes identificaron a Milei como amenaza desde el minuto cero, pero a la vez, en democracia, siempre tuvieron que lidiar con ser ignorades por el Estado. 

En la presentación del amparo colectivo demandando reparaciones travesti-trans, Ivana Tintilay posa con copias de su legajo policial mostrando 177 detenciones registradas en siete años. Ciudad de Buenos Aires, 1 de noviembre, 2024. Foto: Valen Iricibar

Fuera de consigna

La democracia argentina es joven, pero nuestros discursos son muy rígidos, al punto de asfixia. Tendríamos que estar más cómodes con criticar —y escuchar aquellas voces que critican— sistemas que exacerban problemas estructurales y repensar nuestras formas de reclamo popular.

Los mecanismos de fuerza estatal, por ejemplo, no cambian de forma sustancial entre una administración y otra—sin desmerecer que hoy manejan otra impunidad

Las 39 muertes a lo largo del país por operativos contra protestas durante la crisis socioeconómica de 2001, las brutales represiones en Jujuy en 2023 y nuestra realidad actual de ver jubilades golpeades semanalmente ocurren bajo gobiernos democráticos muy distintos. 

Hay mucha incomodidad al momento de señalar que el Estado estuvo ausente u hostil cuando se trata de facciones denominadas más progresistas en el poder. Sabemos que lo personal es político. Pero deberíamos poder criticar las políticas sin que se considere un ataque personal.

Un ejemplo de enfrentarme a estos grises fue la primera vez que me acerqué al Archivo de la Memoria Trans. Tuve el privilegio de charlar con todas en grupo. Entre historias de represión brutal bajo la última dictadura les pregunté cómo cambió la violencia con la vuelta de la democracia—de inmediato varias voces en estéreo dijeron: “Fue peor”, o “No cambió nada”. 

Mi cara debe haber delatado algo de sorpresa porque recuerdo cómo me preguntó Magalí Muñiz: “¿Sabés lo que eran los edictos policiales?”. 

Aprendí que en la Ciudad de Buenos Aires, la policía podía multar y encarcelar a las personas travestis y trans cuando consideraba que infringían los delitos convencionales de “exhibirse en la vía pública vestidos o disfrazados con ropa del sexo contrario” e “incitarse u ofrecerse al acto carnal en la vía pública”. 

Aunque la dictadura que las persiguió sistemáticamente cayó en 1983, esos edictos siguieron vigentes hasta 1998 y hoy persiste la discriminación por las fuerzas de seguridad. Varias relatan que los años 90 fueron pura cárcel porque las reconocían y las llevaban en cualquier momento con esos delitos convencionales como excusa.

La censura, la represión y la desidia: ninguna presidencia está exenta de haber desplegado esas herramientas. Nada de esto es prolijo, con lo cual nuestras conclusiones tampoco pueden serlo si queremos alguna esperanza de nombrar y, por tanto, enfrentar esa realidad.

Resistencias no masivas

De la misma forma que hacer política no es solo ganar elecciones, promulgar el cambio social en Argentina va más allá de las marchas multitudinarias que bien sabemos convocar.

Desde la llegada de Milei en 2024, más sectores están viviendo esto de protestar “sin que escuchen” y hasta quizás entendiendo que ejercer nuestro derecho constitucional de protestar no es de kuka (forma despectiva de referirse al kirchnerismo) o pago. Es golpear la puerta del Estado exigiendo una respuesta sin importar la administración que esté detrás. Esa siempre fue la realidad de la comunidad Trans travesti y no binarie (TTNB+).

Mi primera marcha fue esa histórica Ni Una Menos del 2015. Diez años después, conozco bien cómo protestamos: las consignas, el recorrido, el escenario, los discursos, los cánticos. Son todos elementos claves (y, en lo personal, reconfortantes): un idioma que compartimos. Pero este año particularmente se siente mucho el desgaste e incluso esos guiones están cambiando.

Poco después de mi primera marcha, empecé mi carrera periodística y, desde que me hallé trans y empecé a acercarme a la comunidad, fue llamativa la diferencia de convocatoria en juntadas y manifestaciones.

Empecé a ir a marchas sin cobertura mediática en donde se reclamaba con bronca la ausencia del feminismo mainstream, además de la desidia estatal. Protestas en donde nos reconocemos la cara, nos abrazamos.

Este año, la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista convocada el 1 de febrero fue un punto de inflexión fuerte. Se definió en una asamblea abierta en Parque Lezama, Buenos Aires, y descentralizó muchos elementos de nuestras protestas que siguen reverberando en manifestaciones posteriores.

Muches me preguntaban con sorpresa por qué se escuchaba tanto a la comunidad LGBT, si obedecía a algún progresismo inherente nuestro. La realidad es otra: si hay una comunidad que sabe cómo salir y abogar por sus derechos pese a tener toda la hostilidad en su contra, es la nuestra.

En Parque Lezama, vi un abrazo colectivo, pero también años de experiencia militando y luchando. 

Se cubrió como un evento “espontáneo”, pero fue una convergencia de vivencias importantísimas y una forma constante de luchar que rindió frutos en términos de convocatoria. 

Nuevamente: ya nos conocíamos las caras y pudimos abrazarnos.

El Estado es responsable

Varias de las notas de esta serie transfeminista traen críticas sobre la necesidad de reflexionar dentro del progresismo y también de descentrar al Estado. 

Desde los márgenes se implementa la estrategia de reapropiarnos herramientas estatales a nuestro favor. Hoy más que nunca es el momento de ver la institucionalidad —y protegerla ante el asedio de este gobierno— desde esa mirada comunal y disidente.

El año pasado, el Archivo de la Memoria Trans presentó junto con el Centro de Estudios Legales y Sociales un amparo colectivo contra el Estado, impulsado por 13 sobrevivientes mediante el cual exigían reparaciones por las violencias sufridas bajo la dictadura y luego bajo los edictos policiales en democracia. 

Pedir al Estado que reconozca la discriminación espantosa que llevó a que las 13 sobrevivientes no pudieran acceder a una jubilación o pensión pese a estar frente a un gobierno activamente hostil hacia nuestra comunidad es un ejemplo. 

Se hace igual. Junto a todo el acompañamiento, formación y registro que hace el archivo con tanto cuidado.

Hace poco Argentina se vio convulsionada por un espantoso triple femicidio y, al igual que los casos del triple lesbicidio de Barracas el año pasado o la búsqueda de Tehuel de la Torre, se reclamaba que, si no se trata de un caso particularmente barbárico, no figura en los medios ni se convoca a marchas. 

Es central escuchar a les afectades porque siempre hay clivajes que se pueden accionar desde sus pedidos. Cambiar el sistema de denuncia de desapariciones y repudiar la ausencia estatal para nombrar solo dos que surgieron del triple femicidio. 

La escucha se toma como un acto pasivo cuando en realidad vale más que tomar una acción preestablecida por inercia.

Marlene Wayar alienta un canto antifascista en una pizzería luego de la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista. Ciudad de Buenos Aires, 1 de febrero, 2025. Foto: Valen Iricibar.

Comunidad de autoconvocades

En Argentina hablamos mucho de autoconvocades, una palabra que siempre me gustó muchísimo. Manifestantes que salen a la calle a protestar sin convocatoria formal (partidaria, sindical, organizacional, lo que fuera).

También se habla, al menos en mis círculos cuir, de trincheras de amor—construir espacios de lucha que incluyan la ternura y el cuidado como forma de resistencia. 

La imagen que me quedó de la marcha del 1F fue después, en una pizzería. Fui a hacer unas entrevistas y estaba Marlene Wayar (referente y activista travesti) arengando a todes les comensales en un canto antifascista estruendoso. De ahí, los gestos de lucha son miles. 

Pienso la experiencia del Archivo de la Memoria Trans que nació en 2012 juntando vivencias de décadas atrás. Ver a la madre de Tehuel de la Torre y Norma Castillo en las marchas, acompañadas por la comunidad de diversas formas, buscando más. El despliegue de tanto talento disidente en un concierto de Brotecitos, NuesTrans Canciones, lanzado en 2021. 

Creo que en el fondo me gustaría ver que nuestra respuesta a la desidia fuera una comunidad de escucha autoconvocada que conozca bien su gente y trincheras.

Si un Estado no escucha, ¿para qué movilizamos? 

Por la esperanza de al menos vernos las caras, homenajear a quienes fallecieron, festejar a les que sobreviven y seguir golpeando esa maldita puerta.

Hoy, es activar de donde se pueda: con marchas, sí. Pero hay mil formas en donde las comunidades están mostrando su repudio: desde armar videojuegos para burlarse de la corrupción, hasta armar las ollas populares fuera de los tribunales, hasta alertar por redes sociales, hasta ser pie, monitoreando las ubicaciones de tus amigues cuando van a protestar. 

Hacer pie

¿Qué hacer frente a un gobierno que cree que ignorar protestas masivas no conlleva un costo político? 

Cualquier cosa, salvo esperar a ver qué caras están en la boleta. Todo, salvo repetir guiones partidarios sin pensar. Algo que no sea el silencio, entendiendo como decía el político inglés de izquierda Tony Benn que ninguna victoria ni derrota es definitiva. 

Que las formas hayan perdido un poco de sentido no significa que estén vacías. Que los guiones no sirvan como antes no significa que las palabras y los valores hayan disminuido. Hay mucho desgaste y sensación de ahogo, pero siempre hubo otras formas de resistir —quizás menos mediáticas— que pueden recordarnos cómo hacer pie.

No pretendo que esta reflexión haya proveído respuestas: ese es un esfuerzo comunitario, difuso, eterno en un país gigantesco con los nervios expuestos y la paciencia más que agotada. Pero hablemos honestamente y con voz propia.

Valen Iricibar

Valen Iricibar es une periodista especializade en políticas públicas, violencia de género y derechos LGBTQIA+. Es editore para Ojalá.

Valen Iricibar is an audio and print journalist specializing in policy, gender-based violence and LGBTQIA+ issues. They are an editor for Ojalá.

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