De nombrarme transfeminista
Toma de 30: Treinta años de lucha para erradicar las violencias (trans)feminicidas, exposición producida por la autora en el Museo Memoria y Tolerancia en la Ciudad de México, 2023. Foto cortesía de Lorena Wolffer.
Opinión • Lorena Wolffer • 17 de julio, 2025 • Read in English
Nombrarse transfeminista no es solo un posicionamiento político. Es una manera de situarse en el mundo, una forma de habitarlo.
Aunque llevo más de 30 años trabajando en torno al género —procurando la agencia, las voces y los derechos de las mujeres, las comunidades LGBTQIA+ y otras disidencias—, me tomó tiempo nombrarme feminista.
Llegué a los feminismos por un camino singular, el del performance, que me llevó a interrogar cómo se construían mi cuerpo e identidad para, a través de los años, ir encarnando habitajes performáticos que contaminan o contestan los mandatos de género y las estructuras que los producen y vigilan. Entonces, a diferencia de ahora, identificarse como feminista no era ni social ni artísticamente correcto: representaba un acto de franca desobediencia tanto dentro como fuera de los confines del arte.
Me llevó tiempo ir entendiendo que ser feminista es un verbo en presente, que se produce y se vive en un continuo permanente. En un texto de hace cerca de diez años, ya reconocía que ser feminista implicaba enfrentarse al mundo. Que entraña vivir en un proceso encarnado y permanente de interrogación, desacato, disidencia y resistencia. Que requiere aprender a detectar, en todo momento, los múltiples y cambiantes sistemas de poder que nos circundan y regulan para contestarlos, rebatirlos, refutarlos, desarticularlos. O para, por lo menos en esa ocasión, oponerse a participar activamente en ellos.
En mi caso, decía, también había significado transformar mi cuerpo en un vehículo de radical enunciación, narración y visibilización. Sí, ya afirmaba entonces, convertirse en feminista —conducirse procurando realidades y relaciones justas, equitativas y horizontales—, también suponía transformarse en una zona de conflicto.
Contra la violencia de la exclusión
Con el pasar de los años, comencé a hablar de los feminismos en plural, incorporando las indispensables críticas que se siguen lanzando en contra del feminismo blanco occidental para reconocer la diversidad de experiencias y perspectivas que, desde una perspectiva interseccional, miran al género en relación con otros sistemas de poder y opresión. Eventualmente pude comprender al sistema sexo-género como un régimen que produce las violencias que insiste en registrar solo como una de sus consecuencias, para reconocerme como una persona queer/cuir y no como mujer.
Nombrarme transfeminista en la actualidad claramente responde al surgimiento y la expansión a nivel mundial de la transfobia, que defiende que las mujeres cis deben ser les sujetes principales de los feminismos y que los derechos conquistados para ellas lo continúen siendo.
Hasta hace relativamente poco, las posturas irreconciliables dentro de los feminismos en México se centraban principalmente en debates en torno el trabajo sexual y más tarde se ampliaron también a la subrogación.
“Breve cronología de la transfobia en la política mexicana”, publicada en Nexos, ubica los primeros indicios de la transfobia feminista en el país en 2018 y documenta su avance y la estrecha relación que las feministas radicales transexcluyentes (TERF, por sus siglas en inglés) guardan con la derecha.
En mis territorios de acción, que abarcan el arte y los activismos, he ido descubriendo cómo algunas de mis colegas, antiguas colaboradoras e incluso quienes fueron amigas cercanas se han ido posicionando como transexcluyentes, resultando en rupturas políticas y afectivas, y en nuevos posicionamientos situados.
La primera ocasión en la que esto ocurrió fue a finales de agosto de 2019 cuando un grupo de activistas convocamos a un diálogo en el Colegio de San Ildefonso, semanas después la toma de la Victoria Alada (también conocida como Ángel de la Independencia, monumento en el paseo de la Reforma en la Ciudad de México) el 16 de agosto. Se había tratado de una protesta en respuesta a la violación de dos jóvenas por parte de policías en la Ciudad de México, que se abrió camino hasta el monumento del Ángel de la Independencia, destruyendo una estación policiaca en el camino. Ahí, les participantes tapizaron el basamento, el piso y las escaleras del Ángel con pintas, consignas y exigencias, y algune coronó esa toma simbólica grafiteando “México feminicida” lo más alto que pudo llegar.
Esa acción colectiva —de la que nació “La policía no me cuida, me cuidan mis amigas”— desató una inconcebible polémica: buena parte de la población y del propio Estado parecía más preocupada por la preservación de los monumentos que por la vida de las mujeres.
Planteamos juntarnos para entender el momento que estábamos atravesando: para compartir y comparar las exigencias que distintas colectivas habían lanzado, responder a la criminalización de la protesta pero, sobre todo, proponer rutas para hacer frente a las violencias contra nosotres.
En un principio, convocamos a ese encuentro con el nombre Diálogo entre mujeres cis + trans de la Ciudad de México: Hacia una agenda conjunta sobre el acceso a la justicia para nosotras y nuestro derecho a una vida libre de violencia.
Sin embargo, lo cambiamos de último momento a Diálogo entre mujeres todas derivado de un debate interno con otra de las organizadoras que argumentaba que “si nombrábamos a las mujeres trans, debíamos hacer lo mismo con todas las demás mujeres”. Yo no estuve de acuerdo y sabía que al no nombrar a las mujeres trans explícitamente, no se sentirían interpeladas ni incluidas y no vendrían. Y así fue.
Aprendizajes en el camino
Otro momento de aprendizaje fue cuando en DISIDENTA —la colectiva que llevo con Cerrucha y María Laura Rosa— organizamos Deseidades: rutas posibles desde los feminismos, en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco en 2022. Con 36 participantes, se trató de una serie de espacios de reflexión centrados en pensar e imaginar colectivamente las rutas que podíamos trazar desde los feminismos para erradicar las inequidades y violencias sistémicas del cisheteropatriarcado en México, con un enfoque en la Ciudad de México, nuestro territorio de acción.
Nuestra premisa era conjuntar los saberes, miradas y experiencias de personas de una gama heterogénea de disciplinas y posturas para juntes pensar qué seguía. Bajo esa lógica, invitamos a algunas activistas que habían emprendido acciones medulares para los feminismos, a pesar de que ya se habían pronunciado como transexcluyentes.
El señalamiento del enorme impacto que esto produjo en una querida compañera trans, otra de las participantes, nos llevó a reconocer nuestro error y a resolver que no era ni es posible dialogar con quienes niegan la existencia de otres y reproducen las mismas violencias que han vivido en otras personas.
Concluimos entonces que la manera de reconocer a quienes han hecho aportaciones cardinales para los feminismos pero que hoy adoptan discursos de odio es siempre otorgándoles el crédito correspondiente pero sin darles un lugar en nuestra mesa o nuestros espacios.
En 2023, propuse un proyecto al Museo Memoria y Tolerancia que buscaba recoger la historia de las luchas feministas en México, a propósito de los 30 años que se cumplían desde que se comenzaron a visibilizar los feminicidios en Ciudad Juárez en 1993.
El proyecto partió de una excavación entre archivos a cargo de la investigadora y escritora Emanuela Borzacchiello que recuperaba la herencia de esas luchas e invitaba a feministas de todos los campos a inscribir las acciones que elles mismes y otres habían realizado a lo largo de esas tres décadas sobre una línea del tiempo-constelación, para conformar este ejercicio coral de memorias feministas. Juntas decidimos nombrar el proyecto 30: Treinta años de lucha para erradicar las violencias (trans)feminicidas para incluir los transfeminicidios y situarnos políticamente. Sabemos que muchas no fueron precisamente por ello.
Desbordar para construir otras formas
Hoy nombrarme transfeminista no solo desborda la tecnología del sexo-género y sus fundamentos biologicistas binarios, expandiendo los territorios de acción de los feminismos y reconociendo como sus sujetes a todes les que habitamos afuera del mismo o en sus márgenes. En palabras de la querida Sayak Valencia:
“..se trata de una red que considera los estados de tránsito de género, de migración, de mestizaje, de vulnerabilidad, de raza y de clase, para articularlos como herederos de la memoria histórica de los movimientos sociales de insurrección. Esto, con el fin de abrir espacios y campos discursivos a todas aquellas prácticas y sujetos de la contemporaneidad y de los devenires minoritarios que no son considerados de manera directa por el feminismo hetero blanco biologicista e institucional, es decir, aquellos sujetos que quedan fuera o se deslindan enérgicamente de la reconversión neoliberal de los aparatos críticos de los feminismos, eso que hoy conocemos como políticas de género o ‘políticas de mujeres’”.
Desbordamos apostando por desarmar el género por completo, junto con la cultura cisheteropatriarcal que lo produce y sostiene, a favor de esas formas otras de convivencia, comunidad y encuentro alejadas de los sistemas y las tecnologías de opresión y violencias.