Contra la fascistización de la reproducción social

Ilustración digital por @Pazconadie para Ojalá.

Opinión • Susana Draper • 11 de julio, 2025 • Read in English

Hacer tiempo para escribir es un respiro en medio de días revueltos por la intensificación de las políticas fascistas en Estados Unidos y nos permite crear espacios de circulación de otro tipo de mirada, para continuar una conversación entre nosotres con el deseo de construir otros lugares desde donde hablar, hacer memoria y construir posibilidades. 

Este texto emerge en relación a la conversación que se viene tejiendo a partir del balance que hizo Verónica Gago de los diferentes hilos de lucha que se han desplegado a diez años de #NiUnaMenos y la reinvención de la huelga feminista. 

En diálogo con Gago, Raquel Gutiérrez trazaba el panorama desde México, postulando la tensión entre el avance de una captura institucional del gobierno que se dice “de mujeres” y la continuidad de violencias frente a las cuales ese gobierno se sostiene, mientras intensifica la militarización y siguen las desapariciones y la impunidad.

Poder ejecutivo y Estado policial

La intensificación de políticas autoritarias que se despliegan desde el poder ejecutivo del presidente Donald Trump tiene en la mira desmontar la posibilidad misma de vida de todo lo que excede a la lógica de la supremacía blanca heteropatriarcal colonialista e imperial. 

Desde dónde miramos es importante para no perder la historicidad que acuna el carácter reactivo de la expansión fascista que vivimos en el presente. Si bien las diferentes olas de movimientos de la última década y media en Estados Unidos no cuajaron en modos consistentes y sostenidos de organización capaces de construir otra política, es importante entender que tocaron una cantidad de nervios que ayudan a entender la actual intensificación de políticas racistas y heterosexistas-patriarcales con las que se pretende refundar un imaginario nacional colonialista e imperial. 

En los primeros días de su segundo gobierno, quedaron claros los objetivos: Trump declaró que el país estaba siendo “invadido” desde México, lanzó la orden ejecutiva de reinstauración del reconocimiento de dos sexos (masculino y femenino) bajo el pretexto de la “defensa y protección” a las mujeres frente al “extremismo de la ideología de género” y se atacó directamente lo que la larga historia de movilizaciones LGBTQIA2S+ ha ido logrando a pesar de las capturas institucionales. 

A los decretos presidenciales siguió la reinstauración supremacista contra lo que las luchas antirracistas instalaron en las calles y en el orden institucional: se desmanteló la plaza de Black Lives Matter [Las vidas negras importan] en Washington D.C. y se desfinanció y persiguió lo que se vinculara a la aplicación de la división de equidad racial y sexo genérica

Trump también declaró una emergencia en la frontera con México. Su gobierno suspendió el app usada para las citas de asilo en la frontera y se espectacularizaron e intensificaron las persecuciones y redadas de personas migrantes, incluyendo los arrestos realizados cuando la gente acudía a sus citas. Las personas arrestadas son enviadas a centros de detención en otros estados —y hasta en otros países— para esperar la deportación sin dar tiempo siquiera a la simulación del debido proceso. 

El después de las revueltas

En la última década y media en EE.UU. ha habido una cantidad de puntos de lucha que fueron generando movilización en forma de estallidos, los cuales posteriormente tuvieron más impacto a un nivel institucional que uno organizativo capaz de profundizar en otro tipo de horizonte político. 

El poder patriarcal y racista que hoy quiere reordenar “su” casa e intenta poner a cada quien en el lugar que concibe correcto es también, en parte, una reacción frente a una secuencia de movilizaciones. 

Hubo Occupy Wall Street (2011), como forma directa de confrontación con la financiarización de la vida; movimientos contra el racismo sistémico desde Black Lives Matter (2014); la masiva marcha de mujeres en diferentes puntos del país como respuesta a la primera toma de posesión de Trump (2017).

Estas y otras proliferaciones de protesta frente a la cotidianeidad del abuso pusieron en el centro tensiones y complejidades entre violencias sistémicas que se hacían palpables. 

A pesar de varias formas de captura tanto institucional como de divisiones internas tras el primer Paro Internacional de Mujeres de 2017, se reactivaron y continuaron formas de luchar contra el enlace entre capitalismo y heteropatriarcado de forma transversal en los feminismos antirracistas y anticarcelarios. 

A partir de entonces, líneas diversas de lucha se abrieron relacionando la necesidad de multiplicar los modos de entender la opresión: el #metoo desde las cárceles, organizado por personas trans y no binarias encarceladas; la lucha contra la esterilización de mujeres en centros de detención migrante, las redes de defensa colectiva y ayuda mutua como protección barrial frente a la intensificación de las redadas, detenciones y deportaciones de personas migrantes. Parte de esto generó lo que se declaró posteriormente como una red de ciudades santuarios. La secuencia que llegó a la consigna “Defund the police” [Desfinancien la policía] en las calles de la pandemia, tras los asesinatos de George Floyd y Breonna Taylor a manos de policías, puso la palabra abolición (de las cárceles y la policía) en el habla cotidiana de millones. 

La guerra en casa  

En Estados Unidos, donde vivo, nunca usamos tanto la palabra guerra para referirnos a las dinámicas que rigen todas las dimensiones de la vida. Cuando empezamos a usar la expresión de la guerra para nombrar todos los frentes de expropiación de la vida, un peligro ha sido que esa palabra viene siempre junto a una sensación de impotencia por lo desmedido e inconmensurable que está dándose en términos de escala. 

Gago nos plantea que hay un paso de lo que llamábamos guerra y crisis de la reproducción social, a lo que se perfila hoy como fascistización de la reproducción social

Me parece una clave importante que necesitamos profundizar y que podemos conectar con lo que el Colectivo Feminista Palestino nombró como “genocidio reproductivo” para entender la extensión de las políticas de muerte y de cancelación de futuridad que viene realizando el largo ataque a la posibilidad de vida Palestina. 

El genocidio reproductivo, como clave del poder colonial, implica la dificultad de sostener la vida en medio de dispositivos de asedio, criminalización, encarcelamiento y desaparición que van horadando la capacidad de nutrirse de comunidades enteras. Nos habla de la forma en que se está matando también el futuro como posibilidad de los pueblos y como estrategia colonialista de mutilación de las infancias y la generación del trauma intergeneracional. 

El ataque a la migración se vincula directamente con la fascistización de la reproducción porque el blanco son las personas que realizan los trabajos reproductivos en los que se sostiene la vida: cuidados, alimentación, enfermería y educación, entre otros. 

 Hoy día, el hecho de poder vivir fuera del circuito desaparición-detención-deportación implica una lógica de imposibilidad: ir a trabajar puede implicar que te agarren agentes de seguridad nacional (ICE), pero quedarte implica no tener cómo vivir. Ir a la cita en la corte implica correr el riesgo de la detención y no ir implica el riesgo de deportación por no haber acudido. 

La importancia de los feminismos

De los feminismos aprendemos a sospechar de la sensación de impotencia que da la idea de enfrentarnos a un contexto de guerra porque estamos siempre paradas en un mundo y con frecuencia atrapades en un lenguaje hecho para denigrarnos y devaluarnos. Hay algo radicalmente inconmensurable en el enfrentamiento entre la capacidad de sostener la vida colectiva y la ampliación de guerras en todas las escalas. 

Frente a la lógica de guerra y crueldad que avanza, todo parece poco. Sin embargo, necesitamos activar los saberes generados por los transfeminismos y movimientos antirracistas en lucha, donde el control minucioso cotidiano, el encierro, el intento de domesticar, ha sido históricamente parte de una historia que hoy se despliega e intensifica.

Como dice la pensadora y activista Alessandra Chiricosta: “En la lógica de la guerra opera la lógica del mito de la fuerza viril. Este momento es el gran espectáculo del mito”. 

Su despliegue nos hace asumir que eso es muy grande porque en ese tablero quedamos siempre del lado de lo “débil” e insignificante: ese es el mito incuestionado y el mega “dispositivo de control” heteropatriarcal que vemos de forma agigantada en el presente, frente al cual parece que todo lo que hagamos es casi nada

Nuestra potencia viene de otro lado: de afinar y multiplicar nuestra capacidad organizativa.

Necesitamos  multiplicar otros sentidos de un hacer diferente y disidente en una escala diferente, no menos importante. La clave es la capacidad que tengamos de actuar de forma unida y organizada, como cuando vemos que pequeños grupos de vecines organizades logran echar a gritos a ICE de su cuadra y enfrentamos la imagen de una desproporción sorprendente porque es la defensa de la vida realizada por vecines frente a agentes estatales vestides y preparades como para la guerra. 

Busco las claves en estos gestos porque creo que nos permiten ver que aun en esa desmesura inmensa, necesitamos visibilizar otra lógica que, en los hechos, no es nada insignificante. 

Susana Draper

Susana Draper es escritora y docente uruguaya. Actualmente enseña en la Universidad de Princeton y vive en Harlem, Nueva York, donde participa en diferentes colectivas y en la lucha por la abolición del sistema carcelario.

Susana Draper is a Uruguayan writer and profesor. She teaches at Princeton University and lives in Harlem, New York, where she is active in various collectives and in struggles to abolish the prison system.

Next
Next

Proyecto de GNL desata la resistencia mapuche en Argentina