A 10 años del ciclo de luchas que reinventa la huelga

Pañuelazo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito el 12 de octubre, 2024, en el 37° Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries en Jujuy, Argentina. Foto © Susi Maresca.

Opinión • Verónica Gago • 2 de mayo, 2025 • Read in English

Los tiempos difíciles exigen reflexión y debate. Contribuimos a esa tarea con esta nota de Verónica Gago que aporta elementos para un balance de 10 años de luchas feministas, de las mujeres y de otros cuerpos feminizados. Urge entender las tensiones más profundas en estos momentos de intensos reacomodos y cambios en la dinámica general del capitalismo cada vez más militarizado. Esta es la primera nota de una serie de reflexiones sobre el presente.—Eds.

I

Durante este año se están cumpliendo diez años del ciclo de protesta que en Argentina identificamos como ciclo de movilizaciones Ni Una Menos. La primera marcha convocada con ese nombre fue el 3 de junio de 2015. Luego vinieron los paros y huelgas: primero de mujeres, el 19 de octubre de 2016, y las movilizaciones transnacionales y transfeministas, desde el 8 de marzo de 2017 en adelante. 

En esa secuencia se encastra, por supuesto, la lucha de la marea verde por la legalización del aborto: de Polonia a Argentina (2016-2020), pasando por Colombia y México. Me parece importante leer este ciclo de protestas como una década de innovaciones en términos organizativos. 

Por un lado, como hemos discutido durante el proceso mismo (y la posibilidad de hacerlo mientras transcurre la dinámica organizativa no es menor): la reinvención de la herramienta de la huelga. Tanto como proceso epistémico colectivo —investigar y asumir los cambios en los sujetos productivos y su capacidad de parar el mundo—, como en sus exigencias pedagógicas y políticas: cómo narrarlo, cómo transmitirlo, cómo traducirlo en poder organizativo en cada instancia de la vida social. 

Aquí hay una historia que hacer de la programática de las huelgas transfeministas, sobre el modo en que han discutido y elaborado demandas y conceptualizaciones sobre trabajo doméstico, pensiones, cupo laboral travesti-trans, deuda pública y de los hogares, vivienda y alquileres, trabajo migrante, educación sexual integral, justicia reproductiva, propiedad de la tierra, modelo alimentario, subsidios sociales a hogares monomarentales, antipunitivismo, sindicalismo de la reproducción social (sin agotar la lista). 

Esta programática es en respuesta a diagnósticos sistémicos sobre la interconexión de las violencias del capitalismo colonial patriarcal. 

Es clave pensar en este acumulado de trabajo político, de elaboración de inteligencia colectiva y de programa. 

Es desde aquí que podemos también lanzar preguntas que nos pueden servir para el análisis del ciclo: ¿qué relación se puede establecer con los procesos políticos en cada país y a nivel transnacional?, ¿cuáles son las temporalidades de la huelga y sus maneras de producir estructuras de duración en el tiempo?, ¿cuál es su rol como calendario organizativo y como instancia de elaboración coyuntural transnacional?

Jóvenes en la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista LGBTQIA+ el 1 de febrero, 2025, en Buenos Aires, Argentina, en repudio a los recortes en educación, salud y derechos de género. Foto © Susi Maresca.

II

Este ciclo de luchas ha sido prolífico en sus conexiones, en sus transversalidades cruzadas y fértiles en su capacidad de producir modificaciones organizativas.

Me refiero concretamente al impacto de las huelgas y movilizaciones feministas en la composición de las huelgas indígenas y populares en Ecuador (2019 y 2022); en el paro nacional-estallido y el levantamiento en Colombia (2019-2021) y la secuencia que va de la huelga feminista (2016-2020) al estallido en Chile (2019), por nombrar las más salientes. 

Este entreveramiento, que exhibe un conjunto de temporalidades abigarradas, implica la profundización y conexión orgánica con formas populares, antirracistas, antiextractivistas de protesta. A esto, por supuesto, puede agregarse el rol conflictivo pero evidente de esos mismos procesos en los comicios presidenciales en Argentina (2019), Chile (2021), Brasil (2022) y Colombia (2022).  

Ensayo una síntesis de eso que podemos llamar innovaciones organizativas en los procesos en los que los feminismos se integran, expanden y revolucionan: 

• cambios en las vocerías, incluyendo liderazgos feministas y queer;

• cambios en la valoración de las tareas y la infraestructura para la reproducción social de las luchas y en particular de las formas de ocupación de la calle; 

• una redefinición de las formas de violencia sistémica que desde los feminismos ha permitido multiplicar la comprensión de lo que entendemos por guerra contra ciertos cuerpos y territorios; 

• una negación explícita a que los movimientos de mujeres y transfeministas queden aislados en “agendas” o desconectados de dinámicas de movilización cada vez más amplias; 

• una mutación en las sensibilidades colectivas (sea de modo activo o reactivo) en relación a las violencias por razones de género como índice estructural de las violencias capitalistas.

Me parece clave, releyendo pronunciamientos, textos y acontecimientos de esta década, la emergencia de una dinámica que es a la vez procesual y disruptiva, pero de constante ampliación en las alianzas políticas y de traducción y resonancia de sus modalidades organizativas. 

Una mujer sostiene una bandera de NI UNA MENOS frente al Congreso de la Nación Argentina el 3 de junio, 2024, en Buenos Aires, Argentina, como reclamo por todas las mujeres asesinadas en manos de la violencia machista y el Patriarcado. Foto © Susi Maresca.

III

De la pandemia a las victorias electorales de la ultraderecha, podemos leer una secuencia de torsiones y capturas contrarrevolucionarias de esas innovaciones, de esos ensayos, de esas apuestas. 

De nuevo, para ser sintética, en la pandemia hemos investigado y relevado tres cosas claves. Primero, mutaciones cruciales que se han dado en el mundo del trabajo llamado justamente “esencial”, concepto que se apropia de la visibilidad y legitimidad del trabajo de reproducción social (salud, educación, acompañamiento ante situaciones de violencia de género, alimentación, cuidados) para ser sobreexplotado en el momento de emergencia global. 

Segundo, una aceleración del extractivismo financiero-inmobiliario que golpea particularmente a mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries, poblaciones migrantes y racializadas, produciendo especulación predatoria sobre la vivienda, desalojos y deudas. 

Y tercero, una reconfiguración en la articulación entre financiarización de la vida cotidiana y economías de plataformas que toma como escena privilegiada de extracción de recursos y energía al hogar, a los espacios de tecnologías comunitarias del vínculo social y al trabajo más precarizado (pago y no pago). 

Estas son claves para entender la pandemia como umbral de violencias económicas y violencias financieras totalmente anudadas con una intensificación en las violencias por razones de género durante ese período y que no ha parado de crecer desde entonces. 

La pandemia y sus correlatos (aún abiertos) amplifican la escena de la reproducción social de modo inédito: ponen en evidencia la infraestructura que sostiene la vida colectiva, los territorios y cuerpos que involucra y la precariedad que soportan pero también los modos en que se politizaron, en respuesta a la crisis neoliberal y en clave transfeminista. Como una radiografía por contraste, toda esa trama quedó expuesta. 

A partir de los usos de la categoría de “trabajo esencial” que se popularizaron en la pandemia, podemos mapear una reclasificación paradójica de la crisis del trabajo asalariado y una tendencia a la intensificación de los trabajos menos reconocidos como tales, moralizando y/o criminalizando muchos de sus devenires. 

Por otro lado, la crisis pandémica intensifica la división entre propietarixs y no propietarixs en una clave familiarista, haciendo de la vivienda una intensificada fuente de nuevas deudas y un elemento clave del nuevo ciclo de luchas.

En Argentina, la figura de los “hogares monomarentales” se ha popularizado desde los feminismos porque quienes los sostienen se han organizado para hacerse visibles, especialmente tras la pandemia. Según un informe de 2020, el 36 por ciento de los hogares argentinos están sostenidos por una sola persona, en general, identidades feminizadas, que tienen que enfrentar todos los días el problema de cubrir gastos de alimentos, alquileres, servicios, salud y escolaridad de las infancias y adolescencias. Si consideramos los hogares de menores ingresos, este número asciende al 60 por ciento.

Frente al modelo del varón profesional aislado en un monoambiente altamente valorizado como activo financiero inmobiliario (propaganda actual del masculinismo exitoso y propietario, en general inalcanzable para nuestras juventudes), el hogar monomarental parece su doble invisibilizado: el hogar de jefatura feminizado, recargado de deudas, que no puede externalizar en el mercado las tareas reproductivas.

Cuando se habla de hogares monomarentales en Argentina vale la pena señalar una composición específica en términos de organización del cuidado, que puede incluir miembros en general femeninos de la familia que no están en el hogar (abuelas dentro y fuera del país), como parte de una extensión efectiva de la infraestructura de cuidados. Pero también, en estos casos, de una red comunitaria estructurada por la pertenencia a organizaciones sociales y políticas. Aquí están evidenciándose otras infraestructuras de trabajo y cuidado y no simplemente un “cambio de jefatura” en la estructura familiar. 

Cuando la jefatura masculina no es la que lo organiza, no simplemente hay un cambio de sexo-género que preserva la función, sino una alteración del orden político que la sustentaba. Lo que en su momento se pensó, en términos críticos, como “crisis del despotismo en la fábrica” para explicar la no adecuación de las subjetividades obreras a su disciplina, podemos pensarlo hoy en relación a una crisis del despotismo en las familias, como un paisaje relacionado a la monomarentalidad y a la construcción de redes de cuidado no heteropatriarcales.

El cambio en la estructuración afectiva-laboral-política en los hogares va acompañado y sostenido por una dinámica de financiarización y eso modifica la relación entre hogar y tecnología financiera (billeteras virtuales, inversiones de poca monta y toda la panoplia de herramientas que permiten los teléfonos celulares). 

La financiarización de la vida cotidiana, devenida forma intensificada de atravesar la crisis de reproducción en pandemia, alimenta formas de guerra civil que se despliegan en territorios de precariedad junto al impulso y la proletarización de las economías criminalizadas. 

Volvamos a la cuestión organizativa: ¿cómo se recualifican las estrategias en un momento donde las violencias responden, de modo contrarrevolucionario, a una politización de la reproducción social y a la desestabilización de jerarquías racistas y patriarcales?

Paro internacional de Mujeres Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries el 8 de marzo de 2024 en Buenos Aires, Argentina. Foto © Susi Maresca.

IV

Desde que Javier Milei ganó las elecciones en Argentina y asumió la presidencia en diciembre de 2023, la dinámica de un antifeminismo de Estado es brutal en términos contrarrevolucionarios. Hace parte, junto a El Salvador y Ecuador, de una radicalización de tipo fascista, acelerada con el triunfo de Trump.

Las declaraciones de Milei en el foro de Davos en 2024 y 2025 fueron una muestra clara para alinearse con un guión global de las ultraderechas pero también para exhibirse como representante de un país que ha sido ejemplo en el mundo por la masividad y radicalidad de su movimiento feminista. 

Allí habló de la conexión entre luchas feministas y luchas ecologistas como formas radicales de justicia social y, por tanto, aberrantes en el primer año; este 2025 aseguró que sólo hay dos géneros y asoció la homosexualidad con la pedofilia. Esto fue respondido con la multitudinaria marcha antifascista y antirracista del 1 de febrero donde, entre muchas consignas, se leyó como respuesta: “solo hay dos géneros: fascistas y antifascistas”.

Por “antifeminismo de Estado” en el gobierno de ultraderecha me refiero a tres elementos. Primero, un ataque sistemático e institucional contra los programas de política pública dirigidos a visibilizar, prevenir y contener las violencias por razones de género y también a sus derivaciones en términos de políticas de identidad y ayuda para la autonomía económica de quienes las sufren. 

Segundo, un ataque personalizado y en ciertos casos una criminalización de referentas del campo de la política, el periodismo, el arte y las organizaciones transfeministas, especialmente aquellas dedicadas a la economía popular.

Y tercero, a una comunicación gubernamental destinada a atacar y difundir discursos de odio desde la narrativa oficial y, en particular, desde la comunicación presidencial que habilita el pasaje al acto de la violencia tanto institucional como a nivel social (los ataques a personas queer se han multiplicado). 

El antifeminismo de Estado va más allá de opiniones personales del primer mandatario y va más allá de las llamadas “guerras culturales” porque es un tipo de ataque que se ensambla de manera orgánica con las políticas de ajuste estructural donde los sujetos del “sacrificio” son las mujeres, lesbianas, travestis, varones y mujeres trans, adolescencias, niñeces y vejeces. 

La orientación económica de las políticas antigénero exhibe al antifeminismo de Estado como una dinámica fundamental para el modelo de acumulación global. El antifeminismo de Estado, en tanto guerra declarada y soportada con recursos públicos contra los sujetos que son marcados por sus géneros, siempre en imbricación con su condición de clase y racial, es lo que permite al neoliberalismo autoritario exacerbarse bajo modalidades fascistas. Dicho sintéticamente: es a través del antifeminismo de Estado que el gobierno anarcolibertario intensifica el proyecto neoliberal autoritario hasta organizarlo según lógicas fascistas de aniquilación de ciertas poblaciones. 

La guerra contra los géneros es una lógica expansiva: los sujetos a ser sacrificados son también migrantes, racializados, subsidiadxs del Estado, personas en situación de calle. Todas estas personas son calificadas como degeneradas, victimizadas y no productivas.

Las ultraderechas actuales son expresión de esa amalgama donde los valores familiaristas, biologicistas y natalistas expresan un núcleo de afirmación para los dueños de las empresas tecnológicas, donde convergen hiperinnovación de plataformas y reivindicación tradicionalista de los roles de género. 

Es necio de parte de algunas izquierdas y progresismos no leer allí una contrarrevolución en marcha. Se limitan a hablar de un fascismo “preventivo” (un fascismo que busca contener los efectos futuros del malestar actual) porque no alcanzan a ver ninguna revolución a la que se esté respondiendo.

Tras los recortes en políticas de género y cultura por parte del gobierno de Javier Milei, Artistas Trans reclaman frente al Congreso de la Nación el 3 de junio de 2024 en Buenos Aires, Argentina. Foto © Susi Maresca.

V

Creo que ya no alcanza con hablar de una “crisis de la reproducción social” para entender la dinámica del capitalismo neoliberal. Hemos presenciado una verdadera guerra contra la reproducción social de la que la pandemia y las victorias de la ultraderecha son a la vez causa y síntoma. Esas formas de guerra se exacerban para producir lo que podemos llamar, siguiendo a Silvia Federici, “fascistización de la reproducción social”. 

En el caso de Argentina, esta secuencia crisis-guerra-fascistización se lee en clave de captura contrarrevolucionaria frente a las formas de politización de la reproducción social que se hicieron tanto en respuesta a la crisis de legitimidad del neoliberalismo a principio de los años 2000, como tras la masificación del movimiento transfeminista. 

De modo tal que podemos hablar de fascistización de la reproducción social para dar cuenta de una dinámica simultánea de empobrecimiento y explotación de la reproducción social que obliga a modos de gestión a través de dispositivos que aceleran la violencia financiera.

Pero también allí es central —y no efecto subsidiario— una guerra contra las poblaciones que han tejido formas alternativas de abordar la interdependencia y poner límites a la violencia en la vida cotidiana.

Con esto quiero decir que para hablar de fascistización de la reproducción social, vale la pena tener en cuenta que el antifeminismo sirve como elemento dinamizador de la intensificación de la explotación y la extracción de valor, relacionado con las tensiones que desde la pandemia se anudan en los términos libertad y cuidado

También que las dinámicas contradictorias que se han anudado sobre la categoría de “trabajo esencial” son claves para entender las reconfiguraciones de las luchas sobre el trabajo que planteó la huelga feminista. 

Y que los nuevos niveles de financierización de la vida cotidiana, al punto de endeudar a los hogares a cifras récord para enfrentar la inflación y la precariedad, han acelerado lo que el gobierno de Milei llama “libertad financiera” para lxs desposeídxs.

Las preguntas organizativas que tenemos que hacernos enfrentan hoy este escenario horroroso: el de un capitalismo genocida, racista y patriarcal que se ha abalanzado sobre lo que se ha experimentado en este ciclo de protestas feministas, populares, antiextractivistas de estos diez años (a su vez, claro, conectado con otras secuencias). 

Hacerlo implica confrontar las formas de culpabilización de las luchas transfeministas —en sus tramas populares, antiextractivistas, callejeras— pero también de su marginación por parte de los análisis geopolíticos que las vuelven a ubicar en la insignificancia. Nos toca volver a discutir una programática que fue respondida y atacada, y volver a hacer organización desde la dignidad que apuesta a la persistencia radical de lo vivo. 

Nos toca seguir tejiendo un antifascismo concreto, antirracista y orgulloso de las luchas transfeministas, asumiéndolas con todas sus potencias y también límites y fracasos en nuestras espaldas.

Verónica Gago

Verónica Gago es militante feminista, profesora en universidades públicas de Argentina y editora. Foto: Irupé Tentorio,

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