Norteamérica, base continental para EEUU

Vista del muro fronterizo desde la colonia Puerto Anapra en Ciudad Juárez, frontera con Sunland Park, Nuevo México, el 19 de marzo, 2025. El grafiti dice: “Ni delincuentes, ni ilegales, somos trabajadores internacionales”. Foto © David Peinado.

Opinión • Ramón I. Centeno • 1 de mayo, 2025 • Read in English

Donald Trump anda desatado. Su segunda presidencia ha comenzado aún más explosiva que la anterior. Mucho del enfoque de Trump consiste en prueba y error, más para identificar dónde encuentra más resistencias y dónde menos. No hay precisamente un plan, pero sí un objetivo en mente: proteger a Estados Unidos de un mundo hostil, recortando la burocracia estatal para limpiarla de todo vicio liberal.

Frente a este escenario, el gobierno de Claudia Sheinbaum tiene diversas opciones. Sin embargo, las que ha seguido hasta ahora, aunque han logrado satisfacer a Trump momentáneamente, debilitan más a México frente a Estados Unidos en el largo plazo.

Políticas entrelazadas

Históricamente, la política exterior de Estados Unidos ha oscilado entre el aislacionismo, en un extremo, y el utopismo intervencionista, en el otro. Trump, desde su primera presidencia y ahora con más impulso, ha provocado un rápido desplazamiento del péndulo hacia una nueva era aislacionista, de separación de los Estados Unidos de un mundo que se encuentra, en su óptica, más allá de toda redención. 

En esta visión, no tiene sentido meter las manos en un conflicto en el otro lado del mundo, en Ucrania, por ejemplo, cuando se podrían desplegar tropas, militarizar, y construir nuevas barreras en la frontera sur.

En la mente (y gobierno) de Trump, la “democracia” ha dejado de ser una bandera por la cual luchar en el mundo. La política exterior ya no se justifica bajo una utopía liberal, sino bajo la lógica imperial del simple poder crudo. EE.UU. ya no usará su poder para “salvar” al mundo, sino para extraerle tributos como siempre, pero ya sin eufemismos. Y, como no todo mundo puede pagarlos, hay batallas que simplemente no valen la pena.

Por su parte, México mantuvo desde su independencia una política exterior defensiva. Su antiimperialismo, ya fuera mucho o poco, no fue tanto una elección entre diversas opciones, sino la única vía para preservar su autodeterminación. El trauma de las invasiones del siglo XIX dejó sus huellas. 

Desde Porfirio Díaz (1876-1911), la constante del Estado mexicano fue simultáneamente cultivar una buena relación con Estados Unidos y mantener una independencia relativa respecto a otros países. Así, para hacer un poco menos asimétrica la relación bilateral, México diversificaba relaciones, a veces divergiendo de Washington. Es más cómodo negociar cuando logras convencer al otro de que no te tiene en la bolsa.

La política exterior de México cambió dramáticamente con el neoliberalismo, específicamente en 1994 con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Con ese acuerdo, la élite mexicana rompió con toda una tradición nacional. 

A partir de 1994, la lógica del Estado mexicano no fue tanto la de proteger su proyecto de nación frente al proyecto del vecino poderoso, sino de fusionar ambos en uno solo: “Norteamérica”. Si antes la apuesta era negociar las diferencias ahora lo urgente era eliminarlas y converger.

Desde la presidencia de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) y ahora con Sheinbaum, el péndulo mexicano comenzó a alejarse del integracionismo en un regreso parcial hacia el viejo nacionalismo. Sólo que México nunca había estado tan integrado a la economía estadounidense. 

Volvió la antigua retórica y sus símbolos, y se ensanchó la brecha importante entre lo que la presidencia dice y lo que hace, al mismo tiempo que, como decíamos, Trump se aleja del utopismo intervencionista y va de vuelta hacia el viejo nacionalismo propio de EE.UU., más interesado en el vecindario inmediato que en dirigir otros continentes. 

Vista del muro fronterizo desde la colonia Puerto Anapra en Ciudad Juárez, frontera con Sunland Park, Nuevo México, el 19 de marzo, 2025. El grafiti dice: “Ni delincuentes, ni ilegales, somos trabajadores internacionales”. Foto © David Peinado.

Un entendimiento delicado

Hasta el momento, Sheinbaum y Trump se han entendido mejor de lo que parecía al inicio. Ella hasta ahora puede decir a los mexicanos que ha librado lo peor del giro proteccionista de EE.UU. Trump, por su parte, puede decir que obtuvo gratis diez mil soldados mexicanos adicionales para cazar migrantes, además de 29 líderes de cárteles en ofrenda a cárceles gringas para decir que en verdad está atacando la epidemia de opioides.

Hasta ahora, un ganar-ganar en términos políticos. Pero esto apenas comienza. Trump quiere más. El trasfondo es sencillo: los Estados Unidos intuyen —y con razón— que el ascenso de China puede desplazarlos eventualmente como primera potencia mundial. Trump y su equipo intentan evitar eso. Los aranceles contra todos es una vuelta parcial al proteccionismo económico. 

Mientras el libre comercio le garantizó el predominio, Washington fue el campeón de su difusión. Pero ahora que China es quien lleva la delantera en el propio juego estadounidense, ha llegado el momento de abandonar el libre comercio.

Trump quiere anexarse Canadá, también Groenlandia. Lo dice en serio, pero también, como típico bully, se divierte viendo qué logra sacar con el puro acoso. En el fondo, detrás de toda la pantomima hay un entrecruce con algo más serio. 

Desde hace tiempo, en los corredores del pensamiento militar estadounidense circula el proyecto de enfocarse en Norteamérica. La idea central, sintetizada por sus ideólogos, el exgeneral y jefe de la CIA David H. Petraeus y el expresidente del Banco Mundial Robert B. Zoellick, es que “Norteamérica es la base continental de los Estados Unidos y debe ser el punto de partida de sus perspectivas geopolíticas y geoeconómicas”. Así como China se fortalece en el sureste asiático, Rusia en su entorno suroccidental, y Brasil en Sudamérica, Estados Unidos debe priorizar, garantizar y robustecer su base continental: Norteamérica.

A este proyecto, Trump ha añadido sus filias y sus fobias. Ha añadido la isla de Groenlandia, poco habitada, en su mayoría por personas indígenas kalaallit (inuit). Con la posibilidad de descongelarse su territorio por el cambio climático, se expandirán las oportunidades petroleras y minerales. 

Ha añadido también el deseo de anexar Canadá, en vez de la idea de Petraeus y Zoellick de profundizar una alianza estratégica. Asimismo, ha retirado de la mesa a México, a quien conviene separar por estar poblado en su mayoría por gente de piel color café, pero al que le conviene dominar para mantener a raya la frontera sur. El racismo de Trump y sus aliados ha salvado, por ahora, a los mexicanos del deseo de anexión, al menos del territorio completo.

Guardia Nacional, ¿al servicio de EEUU?

Hasta ahora, Claudia Sheinbaum y la cúpula militar mexicana apuestan a una política centrada en la idea de satisfacer a Trump. La Guardia Nacional se ha consolidado como una extensión de la Border Patrol y eso ya no parece escandalizar a nadie. 

Esa humillación no puede borrarse llenando el Zócalo con lxs seguidorxs de la presidenta, como hizo por última vez el 9 de marzo. En vez de caer en el juego de Trump, sería buen momento de recordar dos hechos que hacen más fuerte a México de lo que México cree.

Primero, México es el país con más connacionales en las entrañas del imperio y su identidad tiene potencial de movilización. De hecho, eso ya ocurrió de forma espontánea a principios de año.

Ni Rusia ni China ni ningún país europeo pueden llenar las calles de Estados Unidos con millones de los suyos. Por supuesto, la intromisión en política interna es anatema en la relación México-Estados Unidos. Ellos sí pueden opinar e inmiscuirse en asuntos mexicanos, pero no al revés. Pero en esta época de ruptura de tabúes, es poco responsable no diversificar el arsenal. En todo caso, más allá del Estado, la lógica de solidaridad mexicana trasnacional es hoy una gran necesidad.

Segundo, en un dato del que poco se habla, conviene recordar que la mayor concentración de ciudadanos estadounidenses fuera de su país está justamente en México. 

Hoy día, son 1.6 millones viviendo de este lado. El solo hecho de mencionar este dato del que casi nunca se habla crea en la mente de cualquiera un sinfín de ideas. 

Desde las peores, como tratar a esas personas igual que Trump trata a los mexicanos, a las más sensatas, como regularizar la situación migratoria de esas personas e integrarlas para que respondan a los intereses de este país que los ha acogido y le ayuden contra la amenaza de Trump contra México. 

Los tres pueblos de Norteamérica se entrecruzan, y el más influyente de ellos ha comenzado su declive. En su repliegue, Washington está reforzando las trincheras. Tal vez ya no quiere ser el imperio mundial, pero sí quiere serlo en las Américas. Imperio en su forma cruda y carnívora, ya sin los adornos del lenguaje democrático. 

México está en una encrucijada: puede tratar a Trump con la ingenuidad de Moctezuma con Hernán Cortés, o bien, puede comenzar a prepararse para los peores escenarios. Sólo así podrá evitarlos.

Ramón I. Centeno

Trabaja como investigador en la Universidad de Sonora.

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