Proyecto de GNL desata la resistencia mapuche en Argentina

Aylén Tapia durante el encuentro “¿Qué Mar?” organizado por el Observatorio Petrolero Sur en 2025, Mar del Plata, Argentina. Foto © La Revuelta Comunicación.

Entrevista • Natalia Concina • 10 de julio, 2025 • Read in English

Música, docente, estudiante de biología e integrante del Parlamento Mapuche Tehuelche-Zona Atlántica, organización que representa comunidades de estos pueblos indígenas en Argentina, Aylén Tapia tiene apenas 28 años. A pesar de su edad, en su historia es posible asomarse tanto a los procesos de colonización de más de un siglo como a los avances actuales de los extractivismos en el país sudamericano. 

Hija de campesines —su mamá hija de un mapuche y una mujer irlandesamapuche y su papá afrodescendiente— Tapia nació y creció en el territorio lof (comunidad) Las Margaritas, situado unos 60 kilómetros río arriba de un pueblo llamado General Conesa, en la provincia de Río Negro. 

Río Negro forma parte de la Patagonia argentina, una vasta región al sur del país que va desde la cordillera de los Andes hasta el Atlántico donde existen numerosas comunidades mapuches-tehuelches.

Durante cuatro años fue recorriendo diferentes comunidades, aprendiendo más cosas sobre la cosmovisión mapuche y compartiendo sus saberes. En esos viajes de reconocimiento llegó a la comunidad mapuche Lafken Winkul Mapu, donde fue apresada y torturada durante la represión del 23 de noviembre de 2017. 

Al día siguiente de su detención asesinaron al joven mapuche Rafael Nahuel. Aunque la liberaron a las pocas horas, el proceso judicial siguió adelante, le inventaron otras causas, la persiguieron, la acusaron de terrorista. 

“Por momentos siento que me robaron la juventud; estuve muy mal, pero pude salir adelante gracias al amor de mis padres”, asegura Tapia, quien tenía apenas 21 años cuando fue arrestada. “Hoy siento que no pudieron robarme las ganas de vivir y eso es un acto de resistencia”.

En la actualidad vive en una localidad costera sobre el golfo San Matías, donde resiste la instalación de un puerto petrolero. El Golfo es un ecosistema único en el mundo por sus aguas transparentes, cálidas, poco profundas y casi sin oleaje, lo que lleva a la ballena franca austral a elegir este lugar para parir y acompañar durante los primeros meses a sus crías.

“Para la cosmovisión mapuche, las ballenas pueden llevar y traer las almas al Wenu Mapu [cielo]”, dijo. “Por eso, nuestros ancestros venían desde todo el territorio hasta lo que hoy es el golfo San Matías para enterrar a sus muertos a la salida del sol”.

Pero ella no defiende el Golfo sólo por tratarse de una zona de enterratorio (cementerio indígena) de su pueblo, sino también porque conoce en carne propia cómo se reconfigura el territorio con los proyectos extractivistas, el impacto ambiental que generan, las economías regionales que destruyen y los pueblos que desplazan. 

El puerto petrolero —que cambiaría todo el ecosistema del Golfo— tiene como objetivo exportar la producción de gas y petróleo que se produce en Vaca Muerta, un enorme yacimiento que abarca varias provincias como Neuquén, Río Negro, La Pampa y Mendoza. Comenzó a explorarse en 2010, bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner y con la soberanía energética como bandera. 

De contextura chica, cabello ondulado y sonrisa amplia, Tapia habla con un tono de voz justo, ni gritando ni susurrando, pero sus palabras tienen una potencia que cautiva a quienes la escuchan.

Dispuesta a recorrer la historia de su vida —y con ella la de su territorio— conversamos con Tapia por videollamada, en la que completamos una charla que habíamos comenzado meses antes en un encuentro de comunidades costeras en la localidad bonaerense de Mar del Plata. La entrevista ha sido editada por claridad y extensión.

Natalia Concina: ¿Podrías contarnos sobre tu infancia en la comunidad “Las Margaritas” y su historia?

Aylén Tapia: Mi tatarabuela vivía en el sur de la provincia de Buenos Aires y cuando fue la llamada Conquista del Desierto [genocidio estatal contra pueblos indígenas del sur a fines del siglo XIX] fue apropiada por un coronel que la trajo hasta este territorio. 

El tipo era alcohólico y violento, la dejó embarazada varias veces y finalmente se fue. Ella se quedó con sus hijos y vivió hasta sus últimos días en este territorio leufuche [gente de río]. Mi abuelo se crió con ella, y yo me crié con él. Así es como siempre tuve contacto con la cosmovisión mapuche y con muchas prácticas que luego supe que eran de nuestra cultura, como la forma de amansar los caballos.

Toda la infancia fue entre el campo y General Conesa, que era el pueblo cercano. Recuerdo que en 2001, cuando Argentina estaba en una crisis económica muy grande, acá no había hambre porque era un pueblo productor frutihortícola y ganadero. Entonces se hacía mucho trueque de comida, había una autonomía que luego se perdió con la ruptura de las economías regionales para imponer el extractivismo.

NC: ¿Cómo afectó Vaca Muerta a tu comunidad? 

AT: Cuando tenía 13 años comenzaron a informarnos sobre el fracking y sus consecuencias. Fue difícil organizarse porque frente a determinados gobiernos [progresistas como el de la entonces presidenta Cristina Fernández] a la gente le cuesta más luchar. Ya en mi adolescencia, los chacareros venían a decirnos que vayamos a buscar la fruta porque era más barato dejar que se pudra que levantar la cosecha. 

Después empezaron a aumentar los sismos y se contaminaron las tierras y el agua por el fracking. Además, las políticas fueron haciendo que para el pequeño productor sea imposible sostenerse; por ejemplo, para que un caballo pueda circular hay que meterle un chip, eso es impensado para nosotros, no poder circular con tus propios animales. Entonces, los campesinos fueron vendiendo sus tierras, quedaron nomás algunos abuelos y abuelas con una producción sólo de subsistencia pero que ya no aporta a la economía regional como antes.

NC: ¿Tu familia vendió? ¿Qué pasó durante tu adolescencia?

AT: No, mi familia está todavía en el territorio, de hecho siempre vuelvo allí. Pero en la adolescencia me fui a Patagones [una localidad en el sur de la Provincia de Buenos Aires] a estudiar música. Conocí a un montón de jóvenes que practicaban nuestra cultura [mapuche] y habían sido despojados de todo y comprendí lo rica que había sido por crecer en el territorio.

Ahí comenzamos a organizar el Parlamento mapuche, a organizarnos políticamente y también empecé a viajar y conocer otras comunidades y así fue como llegué en 2017 a la lof Lafken Winkul Mapu, una comunidad mapuche que recuperaba su territorio en Villa Mascardi, ubicada dentro del Parque Nacional Nahuel Huapí [provincia de Río Negro] sobre la cordillera.

NC: ¿Cómo fue tu llegada a la lof Lafken Winkul Mapu y qué sucedió después?

AT: Cuando llegás a una lof te ponés a disposición de lo que se necesite. La gente se imagina que una está “luchando” pero lo que haces es vivir. Las semanas que estuve en Lafken Winkul Mapu antes de la represión mis tareas fueron con las infancias y también ayudaba a la machi [sanadora física y espiritual de una comunidad] Betiana Colhuan Nahuel a recolectar plantas medicinales.

El 23 de noviembre [de 2017] la Prefectura Naval [una fuerza de seguridad nacional] ingresó a la comunidad. Todavía era de noche y comenzaron a los balazos. Empezamos a correr, yo llevaba a una nena en brazos. Vi cómo torturaban a la machi Betiana, que tenía sólo 16 años. Después de torturarnos nos llevaron detenidas. 

Rafael Nahuel no estaba esa noche. Cuando nos liberaron al día siguiente, nos pidió perdón por no haber estado para ayudarnos y nos dijo que iba a subir a llevar comida y abrigo a personas de la comunidad que habían quedado aisladas arriba la montaña. Fue ahí cuando lo mataron. Rafa tenía 21 años, como yo. Lautaro, el compa que fue acusado al principio de haberlo matado (porque fue quien encontró el cuerpo de Rafa y lo bajó), tenía 19; éramos todos muy jóvenes y quedamos muy mal. 

Pese a que me habían liberado no podía irme de la zona, recién en diciembre me dejaron volver a Conesa pero fue muy duro porque regresé señalada como una terrorista, no conseguía trabajo como docente, adelgacé mucho, se me caía el pelo. También me quemaron la casa donde vivía. 

NC: ¿Y ahí te mudás a la costa, donde vivís ahora?

AT: Un tiempo después. Con la pandemia empecé a dar clases en forma virtual y luego comencé a estudiar biología. Cuando terminó la pandemia me mudé a San Antonio y a los pocos meses, en 2022 [durante la presidencia de Alberto Fernández], se modificó la Ley 3308, que le quitó la protección ambiental al golfo San Matías [La ley prohibía la actividad hidrocarburífera en el golfo San Matías, protegiendo su ecosistema marino y las actividades económicas locales basadas en el turismo y la pesca].

NC: ¿Y ahí comenzó una nueva lucha?

AT: Sí [se ríe]. 

Pero en realidad es parte de la misma, porque para nosotros el territorio está unido desde la cordillera al mar. La ley se modificó para impulsar la creación de un puerto petrolero en el Golfo, que dicen que será el más grande de Sudamérica, y de un oleoducto que cruzaría toda la provincia para transportar el crudo desde la cuenca [en la cordillera] hasta la costa. Esto implica maximizar la producción de Vaca Muerta con todo lo que sabemos que eso implica de destrucción. Por eso, esta defensa no es sólo de la costa, sino de todo el territorio.

Natalia Concina

Natalia Concina es periodista argentina. Durante 20 años trabajó en la Agencia de Noticias Télam, a la par integró colectivos de comunicación popular como la Revista Devenir y el programa Después de la Deriva.

Natalia Concina is an Argentine journalist. She worked at the Télam News Agency for 20 years while also participating in grassroots communication collectives such as Revista Devenir and the Después de la Deriva radio show.

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