Autorreconocimiento y la lucha por el maritorio en Pichilemu, Chile

Natalia Guerrero en los roqueríos de Pichilemu, VI Región, Chile. Foto: Natalia Guerrero

Entrevista • Claudia Hernández y Claudia Cuellar • 8 de febrero, 2024 • Read in English

En Chile, el manto del océano pacífico se extiende por toda la larga y angosta franja de tierra. En sus más de 6.400 km de borde costero existen pueblos del mar, como los changos, lafkenches, chonos, yaganes, kaweskar, selk’nam, entre otros más. 

Las políticas genocidas perpetradas por la invasión colonial y el estado nación chileno han impuesto una horrorosa realidad para estos pueblos. La historia oficial los prefiere en el pasado, como si sus modos de vida, sus saberes y sus prácticas hubieran desaparecido.

Conocimos a Natalia Guerrero a finales de diciembre en Pichilemu, pequeña ciudad costera a doscientos kilómetros al suroeste de Santiago. Guerrero es nacida y criada en Pichilemu, y es parte del pueblo Chango. Ella es vocera del Consejo Nacional del Pueblo Chango por el territorio y maritorio de O'Higgins (VI región).

El Consejo nace en el año 2020 como parte de la acción colectiva de habitantes ancestrales del borde costero que luchan por la defensa del maritorio y por su autodeterminación como pueblo Chango. “Nosotras entendemos que el maritorio no es sólo mar, sino mar y tierra interconectados de manera compleja”, nos contó Guerrero. “Estamos en una zona de interfase en la que se llevan a cabo procesos biológicos y ecosistémicos vitales”. 

A través del Consejo, empezaron a entablar relaciones políticas con el estado chileno en el 2020, mismo año en que elaboraron un documental llamado Algueros milenarios. El retorno de los ancestros Changos de los mareros de Cardenal Caro.

Hacia el exterior y desde los años 60 Pichilemu es conocida como la “capital del surf”. En sus calles, hay algunos letreros e indicaciones en inglés para los surfistas extranjeros. Caminamos con Guerrero un par de cuadras por la ciudad hasta llegar a la playa Infiernillo, donde nos pusimos a conversar mirando el mar. 

Detrás de nosotras había una ruca (casa) rodeada de un jardín de algas que se secaban bajo el sol. En ella, una familia de mareros —es decir, de personas que viven y trabajan en el mar— armaba maletas de cochayuyo. El cochayuyo es un tipo de alga comestible de gran abundancia en la zona, que forma parte de la gastronomía tradicional en todo Chile y que, además, es uno de los mayores recursos de manejo artesanal que se exportan principalmente a China.

Además de dedicarse a reproducir la forma de vida de sus ancestras mareras, Guerrero es socióloga e investigadora, faceta que le ha permitido desarrollar un camino de reconstrucción de su propio proceso desde una perspectiva decolonial e indígena. 

Sus saberes y haceres están arraigados en este lugar, a pesar del despojo colonial de la época de sus tatarabuelas. En la actualidad, es una de las zonas en eminente riesgo de incendios, se siente la devastación producto del extractivismo de la industria forestal, de la privatización del mar y, últimamente, del desplazamiento de la zona costera por la invasión inmobiliaria de lujo que la oligarquía política chilena ha llegado a instalar en esta zona. 

En esta entrevista, que ha sido editada por extensión y claridad, Guerrero nos comenta a grandes rasgos de estos caminos y procesos.

Claudia Hernández: ¿Pudieras platicarnos sobre esta zona costera de la Sexta región y su historia reciente?

Natalia Guerrero: Esta zona se caracteriza por ser mayoritariamente un área rural. El 75 por ciento del territorio que deslinda con el océano pacífico hacia el oeste, corresponde a grandes predios rústicos o latifundios. Desde la dictadura cívico militar en adelante, estos predios han sido destinados al monocultivo de pino y eucalipto, especies foráneas que han cambiado abruptamente la cantidad de agua disponible para sostener otros modos de vida. 

En estos latifundios, se ha ido expulsando por la fuerza a la gente que ha vivido y trabajado intergeneracionalmente al interior de ellos. Eso pasa desde la época de las encomiendas, los pueblos de indios y hasta lo que han llamado “inquilinaje”. 

Es el último sistema de explotación colonial que no pasa de ser la prolongación precaria de una forma de usurpación territorial e identitaria violenta en la que, mediante  el mestizaje cultural e ideológico, se le niega a los habitantes ancestrales de esta zona la posibilidad de reconocer la prolongación de su linaje como parte de los pueblos originarios locales. Para asimilarlos, les llamó campesinos, pescadores artesanales, vaqueros, etc.

Así la gente de mar, mareros, Changos, son descendientes de indios pescadores, y prolongaron su forma de vida hasta la actualidad, no sin antes organizarse. La tónica histórica de la gente antigua acá ha sido el enfrentamiento legal contra los latifundistas, en condiciones de la más absoluta asimetría de poder. 

En la actualidad se ha abierto un proceso de proliferación de loteos de parcelas de agrado y venta de estos territorios ancestrales a grandes y lujosos proyectos inmobiliarios. Vienen a urbanizar la naturaleza, causando daños que aún no se han medido ni cuantificado y que aumentan la crisis climática actual y el riesgo de desastres.

A la vez, este proceso se acompaña de un discurso eco-capitalista de conservación y creación de santuarios de la naturaleza por parte de Fundaciones y ONGs, sobre todo para la protección de lo que llaman “zonas aptas para la práctica del surf”. 

En realidad, encubre procedimientos que se decantan en cambios de uso de suelo que les permiten urbanizar y construir sus casas en medio de los mejores terrenos que históricamente han sido destinados a desarrollar labores agrícolas, ganaderas y pesqueras en nuestro territorio.

CH: ¿Podrías contarnos más sobre cómo es la forma de vida tradicional en este maritorio?

NG: Aquí la gente se dedica mayoritariamente al trabajo en el mar, aunque no de forma exclusiva. En esta zona se prolonga una forma más antigua de relacionarse con la naturaleza de manera complementaria. 

Es normal aquí ser pescadores recolectores, cazadores, fundamentalmente marinos, pero también terrestres, que complementan su vida con pequeñas chacras y con la cría de algunos animales domésticos.

Sin embargo, a partir de la crisis económica y política de los ochenta, que provocó hambre y la expulsión de los habitantes tradicionales desde el interior de los latifundios hacia los pueblos, muchos despojados que ya no vivían del mar, retornaron hacia el trabajo en el mar. 

Actualmente a lo largo de 142 km de costa hay diecisiete asentamientos. La gente va a esos asentamientos y se instala en la temporada en que el mar está más calmo y hace más calor. 

La mayoría parte en diciembre, algunos en septiembre y se mueven de la zona urbana hacia el sector rural, donde están las rucas. Allá se va a vivir y a trabajar en el mar: recolectando mariscos, distintos tipos de algas, principalmente cochayuyo, se recoge el que es arrancado por la fuerza del mar y también se hace un manejo mediante una poda selectiva y estacional luego de que esta alga alcanza un tamaño adulto. 

En términos occidentales, estas estrategias de manejo ecológico del paisaje y de las especies se hace mediante la aplicación de lo que se conoce como saberes ecológicos locales o tradicionales. 

Una de estas estrategias es la que han heredado de la forma de vida de los antiguos, que se repartían el maritorio en parcelas. Con el nombre de “parcelas” se identifica, por parte de los mareros locales, a los roqueríos situados casi siempre en la rompiente, en los que hay algas como huiro, chasca, cochayuyo y otras sin mayor valor comercial, pero con valor ecosistémico. 

Estas macroalgas conviven con otras especies menores y en conjunto forman las denominadas praderas de macroalgas pardas. Así, dependiendo del lugar en que está emplazada la parcela, del tipo de sustrato, de la limpieza de la roca y de las condiciones propias de cada lugar, prolifera una u otra alga.

Este manejo del Cochayuyo a lo largo de más de 40 años ha provocado que sea esta especie una de las más abundantes en las zonas destinadas a ser parcelas. 

Desde 2010 en adelante, esto se tradujo en la mejora de la calidad de vida de mucha gente de mar y sus clanes familiares. Comenzaron a cosechar más cochayuyo, sin que eso significase una disminución sino el incremento de la cantidad de bosques azules de mar en nuestra zona. 

Aquí no existe una intervención de tipo industrial, y aunque es de base antrópica, ésta se ordena en función de la prolongación de una memoria biocultural de larga data que, a través del ensayo y el error, ha ido generando un conocimiento sólido sobre los impactos de la acción humana en los ecosistemas marinos, que tienden al equilibrio. 

Es el humano con sus manos y herramientas [un cuchillo] el que va podando las algas maduras, dejando intervalos de tiempo para que las pequeñas sigan creciendo. y tampoco se corta todo, siempre se dejan reservorios de semillas.        

Tiras largas de algas yacen sobre la hierba y algunos cactus. Al fondo, la costa, rocas y mar.

Tendido de algas de cochayuyo dispuestas para ser secadas en Pichilemu, VI Región, Chile. Foto: Natalia Guerrero

CH: ¿Cómo comienzan a autorreconocerse como pueblo chango y por qué? 

NG: Este proceso de autoidentificarnos como pueblo originario chango, de reconocernos como descendientes de los antiguos indios pescadores, en realidad es porque nuestros antepasados resistieron manteniendo la forma de vida antigua. 

A nosotros nos quitaron todo. En esta zona, la zona central, es donde se instaló Chile: las encomiendas, las doctrinas, las reducciones de pueblos de indios, en los que la iglesia jugó un rol de asimilación violenta donde se les obligó a cambiar sus propias creencias ancestrales y no fue a través del diálogo democrático. 

Acá hubo procesos de extirpación de idolatrías, de caza de brujos, de persecución y castigo por seguir creyendo en los espíritus de la naturaleza.

En mi caso, nunca me sentí chilena, por tradición familiar fue siempre un sentimiento ajeno a nuestra identidad la chilenidad tosca que te inculcan en la escuela. Luego me fui a estudiar y siempre quise volver al lugar donde me crié, que fue en la orilla, en la playa, libre. 

Nosotros no queremos que se llene de edificios de lujo o de casas de condominio, sino que queremos mantener la naturaleza y ojalá restaurar lo que se ha destruido. 

En ese sentido, se produce este choque de visiones con la gente que llega desde la ciudad con esa visión conservacionista occidental, que ve la naturaleza como mercancía y que entiende al ser humano separado de la naturaleza. Y eso también viene ligado a una clase social, económicamente rica, formada por los mismos hijos de los colonizadores que llegaron hace 500 años. 

Nosotros, en este proceso, en el que también hemos resistido desde el retorno a la democracia a todas las políticas neoliberales pesqueras, hemos dejado en claro que la regulación maritorial que funciona es aquella que siempre se ha ejercido y respetado por parte de la gente de mar, de changos que conocen, habitan y descifran este paisaje desde tiempos antiguos. 

Bajo nuestra gobernanza y gobernabilidad somos en esencia anti-extractivistas. Eso implica proteger y defender lo que existe como formando parte de nuestro hábitat de uso vital. Y en tal sentido nos distanciamos de mucha gente que ni predica ni practica una relación armoniosa con todas las formas de vida que nos rodean y acompañan.

Claudia Hernández y Claudia Cuellar

Claudia Hernández. Nacida en Santiago de Chile, descendiente mapuche con corazón de weichafe. Actualmente, investigadora militante en luchas antipatriarcales. Viviendo en Puebla, México. Claudia Cuéllar. Nacida en Santa Cruz Bolivia, Feminista. Trabaja e investiga sobre la coyuntura de violencia y el despojo en las tierras bajas de Bolivia. // Claudia Hernández. Born in Santiago de Chile, with Mapuche roots and a weichafe heart. Currently an activist researcher interested in anti-patriarchal struggles based in Puebla, México. Claudia Cuellar is a feminist born in Santa Cruz, Bolivia. She works on and researches the violence, displacement and expropriation in the Bolivian lowlands.

Anterior
Anterior

Deliveristas enfrentan precariedad y división en la Ciudad de Nueva York

Siguiente
Siguiente

Ante la violencia en Ecuador, autodefensa personal