La rearticulación del transfeminismo chileno

Ilustración digital por @Pazconadie para Ojalá.

Opinión • Claudia Hernández y Andrea Salazar • 14 de agosto, 2025 • Read in English

Tras una década marcada por conquistas, irrupciones y creatividad política, el movimiento transfeminista en Chile enfrenta un escenario incierto. Atravesamos un tiempo que exige reflexión profunda para no sucumbir ante las opacidades del presente.

La efervescencia feminista estalló en el llamado “Mayo feminista” de 2018. Fue liderada por miles de estudiantas que se tomaron más de 20 universidades a lo largo del país y que convocaron a masivas movilizaciones para denunciar públicamente la violencia y el acoso sexual que vivimos por parte de autoridades, profesores y los propios compañeros varones.

Desde entonces, hemos experimentado intensos procesos de politización y masividad de un movimiento transversal, creativo y diverso. También hemos tenido que abrir caminos de reorganización de las luchas emprendidas, desde el cierre “por arriba” de la revuelta de 2019 hasta el doble estándar del progresismo chileno actual.

Hacemos este ejercicio de balance y diálogo entre nosotras, situadas en diferentes experiencias organizativas en Chile, que comparten un lugar común de enunciación: los espacios feministas y/o antipatriarcales. 

Nos sumamos a los debates transfeministas a los que nos convocan Verónica Gago desde Argentina, Raquel Gutiérrez desde México y Susana Draper desde Estados Unidos, para comprender y hacer frente a la actual contraofensiva de restauración patriarcal.

Más allá del Mayo feminista

Nuestra primera hipótesis es que la reorganización feminista no puede prescindir de una reflexión profunda, situada y transfronteriza del ciclo de movilización, que reconozca las genealogías subterráneas de lucha y las diversas formas de articulación afectiva, política y territorial. 

Si bien el 2018 puede reconocerse como el momento de mayor politización y masividad del movimiento feminista, sólo se comprende reconociendo un acumulado organizativo previo, donde confluyen experiencias de resistencia que fueron construyendo un feminismo autónomo, popular, territorial, antiautoritario y antineoliberal.  

Tal acumulado hunde sus raíces en más de un siglo de luchas: en las obreras anarquistas, comunistas y socialistas que se organizaron en las oficinas salitreras; en las feministas del Movimiento Pro-emancipación de las Mujeres de Chile, fundado en 1935, que pelearon por la liberación integral de las mujeres; en quienes resistieron la dictadura de Augusto Pinochet en los años ochenta; y en aquellas que, tras el VII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (EFLAC) de 1996, rompieron con la corriente institucionalizadora de esa década para impulsar una política autónoma feminista. 

El movimiento feminista en Chile se nutre de la fuerza de las luchas estudiantiles de los 2000, que dieron origen a las primeras marchas multitudinarias, como la campaña ¡Cuidado! El machismo mata (2006-2009) de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres y por la píldora del día después (2008).

Asimismo, han sido clave las experiencias de defensoras del territorio que, con sus aportes conceptuales y organizativos, han visibilizado las violencias de raíz patriarcal-colonial y neoliberal. Ejemplo de ello son las mujeres en zonas de sacrificio y los liderazgos de mujeres mapuche como Nicolasa y Berta Quintreman, quienes resistieron la construcción de la Central hidroeléctrica Ralco por más de dos décadas. 

Proponemos así que una de las claves para pensar el quehacer transfeminista actual está en recomponer genealogías, donde los aportes epistémicos de mujeres y disidencias, indígenas, afrodescendientes y migrantes, de otros procesos, anteriores y actuales, nos entreguen luces en tiempos confusos y revueltos. 

Lo que aprendimos en el fuego 

La segunda hipótesis surge de los debates que hemos tenido que dar contra la narrativa instalada —incluso por el progresismo— que busca desmarcarse de la revuelta social de 2019, reduciéndola a un estallido aislado. Intenta borrar e invisibilizar sus tramas organizativas previas y anular la potencia de sus acumulados y sus formas de circulación, su articulación feminista y territorial.  

Esta fragmentación del análisis no es neutra: forma parte de un intento deliberado por arrancar de raíz toda experiencia cotidiana de insurgencia vivida. Intenta poner en duda la potencia transformadora de los feminismos y del movimiento popular.

Tres aprendizajes recuperamos de este periodo de auge y repliegue. Primero, que aunque muchas de las demandas levantadas durante la revuelta popular provenían del programa elaborado por el movimiento feminista —y  gran parte de los repertorios de acción también— la presencia de mujeres y disidencias fue sistemáticamente invisibilizada.

Hemos tenido que volver a visibilizarnos activamente, forzando el reconocimiento de nuestras trayectorias colectivas, sin desconocer que la revuelta también fue heredera de otros procesos organizativos, cuyos aprendizajes y formas de hacer también nutrieron este ciclo y que, igualmente, fueron invisibilizadas. La potencia estuvo, justamente, en la confluencia de trayectorias diversas, en gran parte marginadas del relato oficial. 

Segundo, que fue la insistencia, la porfía y la creatividad feminista —el posicionarnos con fuerza para decir que a la segunda fila no volvemos más— lo que nos volvió a situar como parte central de la revuelta. Porque, aunque hemos puesto el cuerpo ayer y hoy, nuestro lugar en la historia sigue siendo materia de disputa.

Tercero, que una de las formas para enfrentar el repliegue es a través de una pedagogía de la memoria colectiva, que actúa como archivo y resistencia frente al borramiento tanto de la revuelta, como del lugar que ocuparon los feminismos en ella. 

Este borramiento ha ido de la mano con una operación más amplia de restauración patriarcal, especialmente tras la derrota del primer proceso de Convención Constituyente del 2022, donde se responsabilizó directamente a mujeres, disidencias, pueblos afro y originarios. 

Los sectores conservadores instalaron una narrativa —sin fundamento, pero eficaz— que presentó la desaprobación como un rechazo a los derechos “pro aborto”, “pro género” y “pro pueblos indígenas”, acusándolos de responder a un supuesto “delirio identitario”. El castigo no fue sólo electoral, sino simbólico, afectivo y cultural. Frente a ello, nos toca insistir: defender lo construido y lo soñado.

¿Gobierno feminista?

En este ciclo, la tensión entre institucionales y autónomas ha adquirido una nueva dimensión. Parecido a lo que ocurre en México con Claudia Sheinbaum, en Chile la autoproclamación “feminista” del actual gobierno de Gabriel Boric nos trajo una serie de problemas que conviene tener en cuenta para observar los modos en que el progresismo encubre sus propias lógicas de restauración del orden patriarcal.

La apelación al feminismo fue decisiva para consolidar las bases de apoyo ciudadano: en 2021, muchas personas votaron por Boric principalmente para frenar el avance de la ultraderecha. Ese objetivo se cumplió y, aunque el relato oficial tienda a minimizarlo, en gran medida fue gracias al trabajo sostenido y articulado de los feminismos.

Desde ese entonces el gobierno, con una mano, ha canalizado algunas de las demandas del movimiento, como la ley Integral contra la violencia hacia las mujeres, la creación de un Sistema Nacional de Cuidados y de un registro nacional de deudores de pensiones alimenticias (“Ley Papito Corazón”). 

Pero con la otra mano se ha intensificado el extractivismo, se ha mantenido por más de tres años la militarización del Wallmapu, se ha impulsado un paquete inédito de leyes represivas en democracia y se ha criminalizado la migración. 

Es decir, el gobierno con “sello feminista” administra una agenda que atenta contra la vida, sobre todo de aquellas mujeres mapuche, migrantes, afrodescendientes, racializadas, que están luchando en los territorios para reproducir la vida.

De allí que también veamos aparecer en Chile un antifeminismo de Estado que viene a restaurar el orden patriarcal puesto en crisis por el ciclo de luchas feministas reciente.

Una de las tareas del presente es reactualizar un programa de luchas feministas más allá del Estado para los nuevos tiempos que corren. 

Hay demandas —como la despenalización del aborto— que requieren disputa institucional y marcos legales. No se trata de abandonar esas estructuras por completo, sino de evitar que nuestra energía política quede atrapada en ese frente. 

Cuando el presente se vuelve opaco

Urge preguntarnos cómo recomponer fuerzas tras las derrotas y reactivar la organización y la imaginación política en un escenario que empuja al nihilismo y al aislamiento.

Hoy, enfrentar a la ultraderecha es urgente, pero también lo es resistir a los autoritarismos, los esencialismos y la renuncia a proyectos de transformación radical de la sociedad, incluso dentro de los feminismos. En Chile, los movimientos antiderechos, transodiantes y abolicionistas del trabajo sexual han sido, en cierta medida, contenidos, pero esa contención nunca es definitiva.

La respuesta a la fascistización de la vida debe surgir desde todos los espacios de lucha y, en eso, no podemos evadir la batalla ideológica que esta coyuntura nos plantea. 

Es tiempo de rearticular las tramas desde el hacer colectivo, reconociendo las tensiones y dudas que nos habitan. 

Como señala Audre Lorde, “no son las diferencias las que nos inmovilizan, sino el silencio”. Romperlo y salir de la inmovilidad es fundamental. 

Claudia Hernández Aliaga & Andrea Salazar Navia

Claudia Hernández Aliaga

Nacida en Santiago de Chile, descendiente mapuche con corazón de weichafe. Actualmente, investigadora militante en luchas antipatriarcales. Viviendo en Puebla, México.

Born in Santiago de Chile, with Mapuche roots and a weichafe heart. Currently an activist researcher interested in anti-patriarchal struggles based in Puebla, México.

Andrea Salazar Navia

Andrea nació en Chile un día domingo del año del terremoto. Es feminista, es parte la colectiva "Sur Territoria" y participa en el Comité Internacionalista de la CF8M. Actualmente es becaria en el Doctorado de derecho de la Universidad Austral de Chile y se encuentra en México investigando y explorando en el campo de las disidencias relacionales.

Andrea was born on a Sunday in the year of the earthquake in Chile. She;ss a feminist and member of the collective "Sur Territoria" and participates in the Internationalist Committee of the CF8M. She is a student in the Doctorate of Law program at the Universidad Austral de Chile and is currently in Mexico researching and exploring the field of relational dissidence.

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