Travestir la autoridad del museo

Rodeada de Cantua buxifolia flor sagrada inca de la unidad, la pureza y el paso a la adultez esta imagen rinde homenaje al corazón radical de Giuseppe Campuzano y a su esperanza constante en el futuro trans y travesti. Ofrecer estas flores es un gesto de respeto por la fuerza que sigue llevándonos adelante. Arte de M. Quechol

Opinión • M. Quechol • 26 de septiembre, 2024 • Read in English

A inicios del 2003, Giuseppe Campuzano, filósofo, artista drag y activista de origen peruano, creó el Museo Travesti del Perú. Durante los siguientes diez años, Campuzano empacó este proyecto, itinerante desde su conceptualización, y lo llevó a espacios públicos, dejando como legado un museo que desafía la permanencia. Un contraarchivo viviente.

El museo nació en un momento en que Perú se enfrentaba públicamente a la memoria y la violencia por medio de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). La CVR reveló la magnitud de la violencia del conflicto armado, documentando más de 21.000 víctimas de asesinatos, torturas y desapariciones, llevadas a cabo sistemáticamente por el Estado. Las audiencias sacaron a la luz una cultura de impunidad en la que se destruían pruebas y se utilizaba el silencio como arma para ocultar estas atrocidades.

La respuesta de Campuzano fue insertar las vidas travestis y queer en la narrativa peruana, desafiando las estructuras familiares y comunitarias para exigir recuperar la memoria y reconocer las identidades marginadas.

Apoyándose en la filosofía, las artes performáticas y prácticas artísticas decoloniales, Campuzano fomentó el museo como un espacio de fuga en el que las travestis pudieran aparecer no como figuras marginales, sino como protagonistas centrales de la historia.

“Vestir al travesti de museo es darle armas para luchar”, dijo Campuzano de forma célebre en su libro Museo Travesti del Perú y en varios textos y discusiones para describir su proyecto. Vestirse y armarse eran, pues, una práctica estratégica para apropiarse y travestir el poder institucional.

Aunque Campuzano falleció en 2013, artistas, académicxs y activistas de Perú y de otros países siguen preservando, exponiendo y ampliando el legado del museo, asegurando que su visión de la autorrepresentación travesti perdure.

Reivindicar una identidad crítica

La identidad travesti es crucial en toda Sudamérica. Tiene especificidades de clase, racialización y geográficas. Según la académica peruana LGBTTT Machuca Rose, las travestis “no se presentan femeninas todo el tiempo porque no cuentan con recursos suficientes para hacerlo”. Esta identidad ha sido reivindicada por personas marginadas que se niegan a ser definidas por una lógica occidental y binaria de género.

Para Campuzano, ser travesti era más que una identidad: se convirtió en una metodología, una práctica y una forma de conocer, una oportunidad y un compromiso a través de los cuales se podía releer la cultura peruana.

Campuzano, quien nació en Lima el 14 de septiembre de 1969, vivió como travesti en una sociedad que rutinariamente borraba y criminalizaba las vidas no conformes con el género. Su obra surgió de la intersección de su conocimiento incorporado y el rigor intelectual, proponiendo un futuro que reivindicaba, situaba en el centro y conocía la vida travesti. Sus intervenciones no pueden separarse del contexto político de la época.

En Perú, las travestis y las mujeres trans se han enfrentado durante mucho tiempo a la violencia sistémica, el estigma, la muerte temprana y la exclusión de las representaciones culturales, incluidas las narrativas nacionales de la indigenidad y la identidad peruana.

Ante este panorama, el Museo Travesti fue un acto de resistencia. Afirmaba que las vidas de las travestis no eran simples objetos de la antropología o de registros penales, sino personas cuya presencia atravesaba siglos. Aunque el museo está inactivo desde la muerte de Campuzano en 2013, sigue vivo como archivo, libro y marco curatorial.

Empecé a interesarme por Campuzano y otrxs artistas travestis contemporánexs durante mi trabajo de investigación de licenciatura. Como mujer trans latina en Estados Unidos, donde la política de respetabilidad y la presión por “pasar” a menudo nos confinan a búsquedas individualistas de legitimidad, me propuse en cambio minar nuestras identidades en busca de una identificación colectiva.

Este tipo de identificación nos hace replantearnos a cada unx de nosotrxs —en conjunto o por separado— qué más podríamos saber de nosotrxs mismxs y de lxs demás más allá del borrado de nuestras identidades, recuperando la alegría, el cuidado, la celebración y el conocimiento incorporado.

Al igual que Campuzano, me empeñé en ampliar mi comprensión de la experiencia trans más allá de los marcos occidentales y en desaprender lo que creía saber sobre mí misma, la identidad de género y la solidaridad transfronteriza en pos de la liberación.

Un contraarchivo colectivo

Durante mucho tiempo se ha utilizado la documentación como arma contra la comunidad travesti-trans a través de fichas policiales, expedientes médicos, diagnósticos psiquiátricos y representaciones sensacionalistas en los medios de comunicación.

Al yuxtaponer archivos oficiales con folletos callejeros, Campuzano fracturó la autoridad de la memoria avalada por el Estado y la sustituyó por un archivo vivo y performativo curado por aquellxs a quienes más se les ha negado el reconocimiento histórico.

El acto de autodocumentación fue central. Documentarse a sí mismx es arrebatar el control a los archivos hostiles y reclamar la autoría sobre cómo se recuerda su vida y su comunidad.

Campuzano ejemplificó esta práctica presentándose como curadora travesti: vistiendo elaborados trajes y hablando como una figura simultáneamente dentro y fuera del archivo. La autoridad del museo fue cuestionada —al mismo tiempo burlada y reivindicada— cuando ella actuó como una curadora que no era ni neutral ni imparcial, sino más bien partidista, implicada y corporizada.

Para las personas travestis y trans, autodocumentarse frente a la supresión es transformar la supervivencia y la vitalidad en un método histórico. No se trata sólo de preservar las huellas de la existencia, sino también de rechazar la lógica temporal del borrado que considera las vidas trans fugaces o marginales.

Las travestis se insertan en este archivo en sus propios términos: no como una aberración marginal, sino como parte integrante de la memoria cultural peruana que siempre ha estado presente.

Los museos tradicionales se presentan a sí mismos como custodios neutrales del patrimonio cultural, separando los objetos de sus contextos y situando a lxs curadorxs como autoridades por encima de los objetos. El Museo Travesti hizo pedazos este modelo con su impermanencia deliberada.

Al hacerlo, reimaginó el museo no como un depósito estático sino como un espacio performativo de encuentro, donde la memoria se impugna, se encarna y está viva.

Campuzano pretendía invertir las jerarquías de valor que subyacen en los museos. En lugar de enaltecer piezas elitistas o monumentales, expuso volantes, recortes de periódicos y vestimentas cotidianas junto a pinturas coloniales.

Reveló cómo la figura del travesti siempre había estado presente en la producción visual y cultural peruana, fuera reconocida o no. En este sentido, el museo trataba menos de recuperar objetos perdidos que de exponer cómo las travestis siempre estuvieron insertas en el archivo, ocultas por la mirada dominante.

El Museo Travesti también forjó prácticas de memoria colectiva y consagró un modo travesti de producción de conocimiento.

La autodocumentación nunca fue un esfuerzo individual. Fue una labor de colaboración en la que participaron redes de artistas, activistas, amigxs y público que ayudaron a construir y sostener el museo.

Archivos disidentes, de sur a norte

Campuzano no fue la única persona que dio forma a una práctica curatorial travesti en Perú. Una nueva generación de artistas se está inspirando en el legado de Campuzano, haciéndose eco de la idea de la estudiosa Machuca Rose de que la vida travesti, aunque marcada por la precariedad, genera nuevos mundos a través de la creatividad, el ingenio y el rechazo.

Unx de estxs artistas es el limeño José Carlos Flores, cuya instalación de 2025, Salón Unisex, expuesta en Marea Alta de Lima, es un homenaje a los salones de belleza latinoamericanos y a su representación tradicional de los peinados masculinos y femeninos.

Poniendo en el centro la amistad y yendo más allá de los códigos sociales de masculinidad y feminidad, Flores cuestiona los límites de la percepción y el reconocimiento social en relación con la vida travesti y trans peruana.

Esta labor de autodocumentación y construcción colectiva del mundo reverbera por toda América Latina.

En Argentina, el Archivo de la Memoria Trans (AMT), iniciado por María Belén Correa y Claudia Pía Baudracco en Facebook en 2012, se convirtió en un baluarte de la memoria trans. El archivo de recortes de periódicos, fotografías personales y notas de diarios arroja luz sobre la brutalidad de las fuerzas de seguridad y el abandono estatal antes, durante y después de la dictadura de 1976-1983. Al igual que Campuzano, el AMT, inspirado por Las Madres de Plaza de Mayo, estableció una política de la memoria y la comunidad exigió reparaciones por la violencia que sufrieron bajo la dictadura y por los bandos policiales bajo la democracia.

En Brasil, el Museu Transgênero de História e Arte (MUTHA), inaugurado por el académico y performer transmasculino Ian Habib en 2022, pretende introducir historiografías alternativas en la sociedad brasileña.

MUTHA, que está en proceso de hacerse con un espacio público, viaja por Brasil y se asocia con diversas instituciones de diversidad sexual. Durante mi estancia en MUTHA en 2024, tuve la oportunidad de aprender y trabajar junto al Museo de la Diversidad Sexual, el Museo de Arte de São Paulo (MASP) y la Universidad Federal de Bahía.

Mi trabajo abarcó la creación de una colección de archivos centrada en la intersección entre la creación artística y el conocimiento incorporado de trabajadorxs travestis y trans del área cultural, a partir de testimonios de personas de Bahía, São Paulo y Río de Janeiro.

En 2025, la apertura del Museo de Arte Transfemenino en la Ciudad de México, fundado por la curadora Rojo Génesis y Sofía Moreno, ha animado tanto a instituciones mexicanas como a las estadounidenses a reconsiderar cómo se archiva la vida trans más allá de las fronteras.

Campuzano, Rose y Flores nos recuerdan en conjunto que el museo puede ser algo más que una institución del Estado: puede ser un espacio de fuga, alegría y resistencia.

Al reclamar el derecho a narrar sus propias historias, las travestis y las personas trans transforman el significado mismo del museo, convirtiendo un lugar de exclusión en uno de posibilidad radical.

M. Quechol

M. Quechol es crítica cultural, académica, escritora y curadora trans latina de Los Ángeles. Su investigación se centra en las comunidades trans y travesti de América Latina y Estados Unidos, poniendo en primer plano el conocimiento intergeneracional, el cuidado colectivo y la política de la alegría. Quechol explora cómo las personas trans y travestis resisten a través del arte, la narración de historias y la representación de sí mismas, dando forma a prácticas de vitalidad y creación de mundos en pos de futuros seguros, prósperos y tranquilos.

M. Quechol is a trans Latina cultural critic, scholar, writer, and curator from Los Angeles. Her research engages trans and travesti communities in Latin America and the U.S., foregrounding intergenerational knowledge, collective care, and the politics of joy. Quechol explores how trans and travesti people resist through art, storytelling, and self-imaging, shaping practices of aliveness and world-making toward safe, abundant, and restful futures.

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