Bitácora de otro México en lucha

Presentación de La justicia tiene caras en la Ciudad de México en 2018. Foto © Lorena Wolffer.

Opinión • Lorena Wolffer • 25 de septiembre, 2025 • Read in English

La Ruta por la Memoria en la Ciudad de México se ha convertido en un doloroso archivo público de las violencias en el país y las colectividades constituidas para hacerles frente en las últimas décadas. Es un espacio de memoria viva. 

Registra y actualiza crímenes de estado cometidos desde la matanza de lxs estudiantes en Tlatelolco en 1968 hasta el día de hoy. 

Esta bitácora urbana se suma a otros dispositivos de memoria que, con estrategias y alfabetos del arte, enuncian y denuncian el convulso estado de las cosas en distintos puntos del país. O a aquellos otros que se centran en quienes registran y luchan contra las violencias, anotando y reconociendo su irreemplazable quehacer en los tiempos que corren.  

Si no por estos proyectos, ¿en qué archivos públicos estamos guardando las historias de las cerca de 76 personas que a diario son asesinadas y las 125.287 desaparecidas en México, país que registra una impunidad de más del 90 por ciento? ¿Dónde estamos contando y preservando la memoria de las niñas, jóvenas y mujeres asesinadas en este territorio que, además, constituye el segundo con más transfeminicidios a nivel mundial?

El antimonumento 49 ABC en el Paseo de la Reforma en memoria de las 49 infancias fallecidas en una guardería en 2009 frente a la sede del Instituto Nacional del Seguro Social, que dio la autorización para su operación. Foto © Dawn Marie Paley.

La ciudad como archivo público

El Paseo de la Reforma está ahora sembrado de antimonumentos: inmensos números y letras metálicas de distintos colores trastocando el paisaje de manera definitiva. Entre ellos encontramos el 43+ rojo por los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero, en el 2014, el 72+ blanco por la masacre de migrantes en San Fernando, Tamaulipas, en el 2010, y el ABC en colores por las 49 infancias que murieron en el incendio de la Guardería ABC en Hermosillo en 2009. También la Antimonumenta violeta que denuncia los feminicidios perpetrados a lo largo del país.

“Ni perdón ni olvido”, se lee en el Antimonumento del 68, instalado a 50 años de la masacre estudiantil durante la marcha del 2 de octubre de 2018. Fue dispuesto en el Zócalo frente a la sede del poder ejecutivo, el Palacio Nacional —y no en la plaza de las Tres Culturas, donde ocurrieron los hechos— para señalar el edificio desde el que salieron las órdenes que acabaron con la vida de cientos de estudiantes.

También hay dos glorietas que han sido apropiadas para protestas públicas y para conservar la memoria.

La Glorieta de las y los Desaparecidos fue establecida por las familias de personas desaparecidas cuando el número de desapariciones superó las 100.000 en 2022, en la que antes era la Glorieta de la Palma. 

Como tantas otras en la ciudad, la palma que le daba nombre murió y fue reemplazada por un primer ahuehuete que no sobrevivió. El que ahora crece lentamente al centro de la rotonda ha sido renombrado como el Guardián de las y los Desaparecidos por las familias como parte de su proceso de apropiación. 

La glorieta está cercada por las vallas que el gobierno de la Ciudad de México habitualmente coloca para proteger plazas y monumentos durante marchas y protestas, transformadas hoy en un pizarrón infinito que a diario se actualiza con las fichas de búsqueda de cientos de personas desaparecidas en todo el país. 

Por su parte, la Glorieta de las Mujeres que Luchan fue tomada en 2021 por mujeres y colectivas feministas en el sitio que ocupaba el monumento a Colón. El basamento que elevaba la estatua del conquistador español ahora sostiene a Justicia, una figura femenina morada, intencionalmente indefinida para representarnos a todas. 

Esta Glorieta también está sitiada con vallas, pero ahí fueron pintadas de negro para recibir los nombres en blanco de cientos de luchadoras de todo el país y también de todas las batallas. Son muros que honran a cada una de ellas, a todas juntas y también a todas las que no están ahí.  

Aunque forma parte de la Ruta por la Memoria, la actuación política de esta Glorieta es distinta. No solo reconoce las violencias sistémicas contra niñas, jóvenas y mujeres, sino que desplaza la atención a quienes luchan contra ellas. 

En un país sin justicia, subraya la importancia de nombrar y reconocer a quienes dedican su vida a combatir, reparar y erradicar las violencias. Nombrar sujetas políticas activas a las mujeres que luchan por y para las propias mujeres y otrxs es un poderoso enunciado en un país que hace décadas instaló una cultura (trans)feminicida. 

En las últimas semanas ha habido dos intentos por desmontar la Glorieta de las Mujeres que Luchan: la primera ocurrió el 5 de septiembre, cuando el gobierno de la Ciudad de México retiró las vallas y, después de una denuncia en redes, las volvió a colocar apenas unas horas más tarde. 

La segunda tuvo lugar apenas hace unos días con un despliegue policiaco mientras se colocaban las estructuras para un nuevo Jardín de la Memoria por la Vida, la Dignidad, y la Justicia. 

Ninguna de las dos prosperó y la última publicación de Instagram de la Glorieta sentencia: Nuestra memoria es su derrota.

El antimonumento 72+ en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México. Foto © Dawn Marie Paley.

El periodismo como anti-monumento

La Glorieta de las Mujeres que Luchan comparte similitudes con Las periodistas cuentan (2024-2025), un proyecto de Teatro Línea de Sombra en colaboración con el Elefante Blanco Periodismo. Parte de su programa Fragmentos de verdad es protagonizado por periodistas, en lugar de actrices o actores. 

Sobre un escenario cuidadosamente dispuesto en el que ocurren varias acciones en paralelo, distintxs periodistas van compartiendo sus historias —cada unx decide qué narra y qué elementos emplea para hacerlo—, conformando “un mapa espontáneo del periodismo de campo”. 

El título en sí mismo ya es un enunciado: el artículo “las”, en femenino, es empleado para referirse a las personas periodistas y el verbo “cuentan” alude tanto a aquello que lxs periodistas narran como a la importancia que ellxs mismxs tienen en un país en el que 174 periodistas han sido asesinadxs en los últimos 25 años. 

Según la propia agrupación teatral: “Las periodistas cuentan es un ejercicio narrativo para esbozar, desde la cualidad de lo habitual, el rostro del testigo; es decir, de quien ha estado allí, de quien ha desplegado responsablemente su palabra y ha puesto en riesgo su vida”. 

La obra, en la que van alternando diferentes grupos de periodistas invitadas y que ya se ha presentado en diferentes estados de la república, es un ejercicio único y sobrecogedor que acerca al público al espacio íntimo de un oficio imposible, a las implicaciones y los alcances que tiene en las vidas de quienes lo ejercen y a la responsabilidad personal y política que se requiere para hacerlo.

Memoria a través del arte

Desde el arte, hemos encontrado formas alternativas de registro y archivo, pero también de resistencia. Pixel (2016) muestra 30 segundos de una pantalla roja. Se trata del video que el grupo Teatro Ojo —que trabaja en una zona de indefinición disciplinaria— produjo en colaboración con el cineasta Rafael Ortega para el proyecto En la noche, relámpagos

Ese rojo infinito, descubrimos hacia el final del video, es en realidad un pixel extraído de la imagen del rostro desollado del normalista Julio César Mondragón la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero. 

Este enunciado, en apariencia sencillo, logra señalar y denunciar todas y cada una de las violencias perpetradas contra los 43 normalistas de Ayotzinapa y contra Julio César Mondragón en específico, a cargo de las distintas policías involucradas y el ejército, sin (re)producir una sola de ellas. 

En 2018, el grupo de trabajo feminista queer/cuir Invasorix cantó una canción narrativa —en un estilo popular conocido como corrido— titulada La justicia tiene caras frente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación en la Ciudad de México como parte del proyecto Estado de emergencia que curamos María Laura Rosa, Jennifer Tyburczy y yo en cuatro puntos de la ciudad. 

“Si la justicia tiene caras, serían las de estas personas valientes y luchadoras”, cuenta la colectiva en la publicación que documenta “Estado de emergencia”. “Nuestra canción cuenta algunas de sus historias de dolor y de resistencia”. 

Portando antifaces que reproducían las emblemáticas cruces rosas de nuestra lucha contra los feminicidios y las caras de sus “amigas reales e imaginarias”, lxs integrantes de Invasorix distribuyeron fotocopias con la letra de su corrido entre quienes estábamos ahí para cantar todxs juntxs. 

Este insólito dispositivo no solo interpelaba directamente al poder del Estado —¿quién le canta a la Suprema Corte?—, lo hacía torciendo el género del corrido desde la mirada, la fuerza y el ritmo feministas para crear una corrida justiciera, “¡hasta que nuestra muerte no sea normal!”.

Por mi parte, entre 2010 y 2016 produje Evidencias en la Ciudad de México, Guadalajara, Querétaro y Tijuana. Fue un proyecto de práctica social que comprendía la recabación y posterior exhibición de objetos domésticos —encendedores, alcohol isopropílico, un collar y una correa para perro, entre otros— empleados para ejercer todos los tipos y las modalidades de violencia contra las mujeres con la intención de visibilizar, enunciar y sanarlas. 

Cada objeto se acompañaba de un testimonio escrito por la persona que lo donó, las mujeres mismas, amistades o familiares sobrevivientes de víctimas de feminicidio. 

Además de simbólicamente suplir responsabilidades que el Estado estaba incumpliendo, Evidencias trasladaba los objetos y las violencias que habían producido a la esfera de lo público en un momento en el que aún no habíamos conquistado el derecho a enunciar nuestras historias de violencias públicamente. Cada objeto potenciaba a los demás y en conjunto conformaban un poderoso enunciado. 

Juntxs, estos y muchxs otrxs archivos y dispositivos relatan una historia paralela, una historia otra de México, a años luz de la que se narra en los libros de la Secretaría de Educación Pública y en los monumentos oficiales que pululan en nuestras calles, avenidas y plazas. 

También proponen ejercicios alternativos de ciudadanía, de democracia y de reconocimiento. Son una apuesta por y para la vida que nada, ni nadie, puede ya borrar. 

Lorena Wolffer

Desde hace más de treinta años, la práctica de Lorena Wolffer (Ciudad de México, 1971) ha sido un sitio permanente para la enunciación y la resistencia en la intersección entre arte, activismo y transfeminismo.

For over thirty years, Lorena Wolffer (Mexico City, 1971) has made her practice a site of enunciation and resistance at the intersection of art, activism and transfeminism.

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