Contra el militarismo, por la vida

Megaofrenda en solidaridad con el pueblo palestino en la Plaza Palestina Libre. 31 de octubre, 2025, CDMX. Foto © Elizabeth Sauno.

Opinión • Colectiva editorial de Ojalá • 12 de diciembre, 2025 • Read in English

Este año, las guerras se han seguido expandiendo en territorios a lo largo del mundo y amenazan con profundizarse en América Latina.

Pensamos en el brutal genocidio en Gaza que no termina pese al simulacro de alto al fuego de octubre pasado, la guerra paramilitar que ha provocado la hambruna en Sudán y la imparable devastación de Ucrania atrapada entre la invasión rusa, el chantaje europeo y las maniobras estadounidenses para garantizar su saqueo. 

En Abya Yala, crecen las amenazas de invasión a Venezuela por parte de Donald Trump y su liga de asesinos confesos, como el siniestro Marco Rubio. Se expanden intimidantes intromisiones en la vida interna de los países, como en Argentina, México, Honduras, Ecuador y Colombia.

Por lo demás, dentro de EE.UU. ha sido implacable y cruel la expansión de la política de ocupación armada de ciudades y territorios por parte de la guardia nacional, el ejército y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) contra migrantes y personas racializadas, convertidas en terroristas y enemigos internos.

Acción de solidaridad con el pueblo palestino en el concierto de Residente. 6 de septiembre, 2025, CDMX. Foto © Elizabeth Sauno.

Antimilitarismo, por dentro y por fuera

Es importante responder a las amenazas directas de invasión a Venezuela enfatizando una postura antimilitarista sin dejar de lado el derecho de los pueblos a autodefenderse. También conviene alejarnos de los discursos de un antiimperialismo patriotero y procapitalista que sólo incrementan la confusión. 

Sabido es que la guerra aplana los tonos de gris en la comprensión de las contradicciones políticas, económicas y sociales tanto al interior de cada estado-nación como aquellas que rebasan fronteras. Organiza el enfrentamiento sólo en términos de amigos y enemigos, o peor aún, de buenos contra malos. 

La guerra también reorganiza el tiempo: afirmando la urgencia del “cierre de filas” en defensa de la nación o la patria amenazadas, exige lealtad incondicional, impone silencio a toda crítica y posterga cualquier reclamo.

De ahí el peligro de confundirse en discursos centrados en bloques nacionales confrontados, que se han reacomodado a lo largo de este año. 

El problema es el cerco, binario y simétrico, que imponen a la discusión pública. Entonces sólo se admiten voces que admitan el apoyo incondicional y la lealtad a un bando o a otro. Todo lo demás debe ser virulentamente silenciado. 

Resurge la presión política y propagandística para que, dentro de cada país, toda persona, organización o movimiento de lucha se pliegue a una postura dentro del autodestructivo binarismo que impone la adhesión irrestricta.

Ese silenciamiento ha sido y sigue siendo el pegamento que cohesiona pactos militares patriarcal-capitalistas cada vez más amplios y peligrosos.

La hostilidad abierta y agresión de parte de Estados Unidos hacia Venezuela y otros pueblos es un hecho patente. Ocurre abalanzándose sobre territorios y recursos sin rubor ni máscara legal.

En esta condición de amenaza y turbulencia está reapareciendo un interesado discurso antiimperialista que echa un velo sobre las contradicciones al interior de cada nación específica y que desautoriza a las voces y las colectividades que señalan los inmensos problemas internos. 

También empuja con urgencia a toda la población y, en especial, a los varones jóvenes —que siempre son hijos, hermanos, pareja o padres de muchxs otrxs— a integrarse en estructuras bélicas donde las órdenes son emitidas por quienes no han sido capaces de asegurar términos dignos para el despliegue de la vida compartida.

Jornada Global contra el Genocidio en Gaza. 17 de agosto, 2025, CDMX. Foto © Elizabeth Sauno.

Hacia un consenso antimilitarista

Los discursos centrados en la defensa de la patria o la soberanía nacional en momentos de guerra han sido históricamente —y siguen siendo— dispositivos de disciplinamiento social que inhiben las luchas, silencian las críticas y arrastran a inmensos contingentes de la población a sufrimientos impensables.

Antes de vernos absorbidxs por la vorágine del entusiasmo belicista —en las naciones hoy amenazadas por la intervención militar imperial— conviene sostener una postura claramente antibelicista afianzada en la autodefensa popular. Debemos alzar nuestra voz y mantener a la vista los fines de la guerra empujados por cada bando que se confronta. 

Actualizando lo que nos enseñó Rosa Luxemburgo hace más de 100 años, la guerra desatada no es el terreno ni de los diversos feminismos en lucha, ni de las luchas sociales por lo común y en defensa de la vida.

Un antibelicismo consecuente denuncia y confronta la guerra como negocio, exhibiendo y boicoteando como falacias los argumentos esgrimidos por uno y otro ejército que se despeñan en una contienda militar.

Una postura antimilitarista rechaza la violencia sin sentido de las armas. Convoca a romper, por fin, la ideología de la securitización y su inmenso y poderoso complejo militar industrial y político.

Urge producir, desde abajo, consenso sobre este punto. 

Es absurda la cantidad de dinero que se está destinando para perfeccionar armas cada vez más letales y sistemas de vigilancia. Todo eso servirá, a la larga, para obtener un control más sofisticado y completo de cualquiera que disienta y se rebele a las arbitrarias decisiones que tomen quienes actúan como si fueran dueños del mundo, de los presupuestos públicos y de los territorios.

La producción de armas y aparatos de vigilancia se realiza a través de procesos que obligan la concentración de la riqueza material, los excedentes y el ahorro de generaciones de trabajadorxs actuales y previas. Son recursos que no se destinarán a garantizar acceso universal a salud, educación, el agua potable, mejoras urbanas, la producción y distribución de alimentos sanos, o actividades culturales. 

Desde el poder se estrangula la reproducción de la vida para expandir el gasto militar y financiar ilegales intervenciones decididas a conveniencia de incontrolables élites globales y de frágiles y agresivos gobiernos nacionales. 

Acción de solidaridad con el pueblo palestino en el concierto de Residente. 6 de septiembre, 2025, CDMX. Foto © Elizabeth Sauno.

Guerra contra los pueblos

Hoy, la llamada “Guerra contra el narcotráfico” vuelve a ser el pueril pretexto para que la fuerza militar estadounidense ataque directamente a Venezuela. Ataca a su población trabajadora que ahí sostiene la vida en condiciones muy duras. También sirve a Washington para seguir profiriendo amenazas contra los gobiernos de Colombia y México. 

Hace más de 10 años, Dawn Marie Paley, nuestra editora, publicó su libro Capitalismo antidrogas, explicándonos cómo ese conjunto creciente de acciones de hostigamiento militar a nombre de combatir el narcotráfico es, en realidad, una guerra contra los pueblos, contra las mujeres y los bienes comunes y públicos. (A comienzos de 2026 Capitalismo Antidrogas será reeditada junto a nuestras queridas aliadas de Bajo Tierra Ediciones). 

Ahora vemos reaparecer el mismo discurso y la misma estrategia de manera intensificada y más estridente. Por eso requerimos cultivar una postura antibelicista, un antimilitarismo que no admita las mismas viejas coartadas que esconden la expansión descontrolada de los capitales más depredadores y ultraconcentrados del mundo. 

Tampoco podemos perder de vista las muchas expresiones disidentes y de resistencia cotidiana que retan a los intentos de disciplinamiento en cada país y también de agresión imperial. Sabemos que hoy, estas palabras son necesarias y estratégicas. 

Tomamos una postura que nos permita sortear la confusión que viene con las guerras y que apunte a continuar las luchas contra el inmenso complejo militar-industrial que se ha apoderado del imaginario público saturándolo de amenazas y peligros inmediatos. Hoy, como nunca, hay que conservar el tiempo propio y no dejarnos arrastrar por urgencias impuestas.

Tomar postura no significa que entendamos todos los problemas ni que seamos capaces, de manera inmediata, de distinguir todos los matices y diferencias. 

Significa, sencillamente, que tenemos una certeza para buscar información y organizar nuestras voces: rechazamos la guerra y sus negocios. Denunciamos sus atrocidades y no nos plegamos a ninguna implacable lógica de destrucción y expansión de intereses ajenos.

Desde Ojalá tenemos el compromiso de seguir cubriendo las formas de resistencia a la guerra y el militarismo que emergen desde espacios diversos. Nos interesa cubrirlo desde los esfuerzos anticarcelarios, desde los feminismos que florecen contra todas las violencias, desde las luchas por el territorio y desde el rechazo que esperamos florezca, en los siguiente años, al militarismo que hoy nos envuelve en sus redes de confusión, agresión y miedo.

Colectiva editorial de Ojalá

La colectiva editorial de Ojalá se conforma por las editoras del semanario y nuestro consejo editorial.

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Colombia, pieza clave en el mercado de guerra