La votación que desordenó el tablero electoral en Bolivia

Ilustración por Karen con K para Ojalá.

Opinión • Huascar Salazar • 28 de agosto, 2025 • Read in English

Frente a la descompuesta política estatal, lxs bolivianxs encontraron caminos para desordenar un tablero electoral que aparecía como ornado y sacramentado.

En poco menos de dos meses Bolivia encarará, por primera vez en su historia, una segunda vuelta presidencial entre el Partido Demócrata Cristiano (PDC) y Alianza Libre, ambas formaciones de derecha. 

Este inédito balotaje da cuenta de que el país, en medio de una crisis económica galopante y procesos organizativos populares debilitados, está ingresando a un momento político diferente.

Otras dos enseñanzas del proceso electoral del 17 de agosto son: jamás contratar a una encuestadora boliviana (que ninguna, aparentemente vio venir este resultado) y que la implosión del Movimiento Al Socialismo (MAS) fue más dramática de lo que se esperaba.

Más que un resultado, lo que esta primera vuelta nos ha dejado sobre la mesa es un conjunto de síntomas que tienen que ver con problemas, malestares y deseos que existen al interior de la sociedad boliviana y que van mucho más allá de la dimensión electoral.

Sorpresa y erosión institucional

Cuando a las 21:00 del día de las elecciones comenzaron a emitirse los primeros resultados, la sorpresa fue mayúscula. 

Contra todo pronóstico, el PDC, a la cabeza de Rodrigo Paz Pereira, quedó en primer lugar. Ninguna encuesta oficial había vaticinado, ni de lejos, este desenlace.

A mediados de julio, los sondeos le daban al PDC un 3,2 por ciento; para el 10 de agosto, esta predicción alcanzó el 8,3 por ciento. Datos que no tienen sentido comparados con el resultado final: el PDC logró el 25,15 por ciento del total de votos emitidos. 

Una gran sorpresa, sí, pero también un síntoma del estado actual de las instituciones electorales estatales. Las empresas encuestadoras no solo no están siendo reguladas, sino que vienen produciendo y difundiendo información falsa impunemente. 

Es una institucionalidad deteriorada la que recubre los procesos democráticos, generando confusión e incertidumbre, y dando rienda suelta a teorías conspirativas. 

Por eso, no solo son las encuestadoras, también son los procedimientos poco transparentes, como la posibilidad de cambiar candidatos hasta el 13 de agosto —¡cuatro días antes de las elecciones!— si estos eran estratégicamente inhabilitados. 

De los 3.290 candidatxs a diputadxs y senadorxs registradxs el 19 de mayo, 2.100 fueron inhabilitadxs. Queda claro que la inhabilitación de candidatxs fue una estrategia deliberada de los partidos. Permitiendo, entre otras cosas, que hasta las 23:59 de ese 13 de agosto no se tuviera certeza de las listas finales. Incluso se especulaba hasta el último momento que Evo Morales podría ser candidato.

También hubo polémica cuando se dieron de baja las personerías jurídicas de partidos que ya no pudieron participar de las elecciones, y desestabilización del Tribunal Supremo Electoral con noticias falsas sobre supuestas renuncias, lo que impuso un manto de opacidad al proceso preelectoral.

La institucionalidad electoral boliviana nunca se caracterizó por una confiabilidad absoluta, pero fue a partir de 2016 cuando comenzó a erosionarse de manera sistemática luego de que el partido de Morales emprendiese un hostigamiento contra el Órgano Electoral para lograr la repostulación de su líder, pese al rechazo popular en el referéndum de aquel año. 

La desconfianza se profundizó en las fallidas elecciones de 2019, propiciando un deterioro que los gobiernos de Janine Áñez y Luis Arce no hicieron más que acentuar. Con todo, pese a este clima agotador e incierto, esta primera vuelta del 2025 tuvo un desenlace pacífico. 

Desordenar las fichas en el tablero

Antes de las elecciones, el panorama parecía bastante predecible y frustrante a la vez: una versión de la derecha tradicional ganaría, ya sea la de Jorge Quiroga, heredero político del exdictador Hugo Banzer Suárez y vinculado directamente a los intereses norteamericanos; o la de Samuel Doria Medina, empresario que ha construido una fortuna millonaria utilizando la política partidaria. Se daba por hecho una segunda vuelta entre ambos. 

Pero el 17 de agosto el PDC alteró completamente este guión, imponiéndose con casi la cuarta parte de los votos emitidos, relegando a Quiroga (20,73 por ciento) y Doria Medina (15,28 por ciento) a posiciones secundarias. 

La victoria de Paz Pereira expresa un síntoma de agotamiento frente a una década de política boliviana encerrada en la polarización MAS vs. derecha tradicional. 

Este resultado rompe esa lógica binaria, pero no hacia una alternativa contestataria o anticapitalista, sino hacia algo más confuso: una formación de derecha que algunxs catalogan más cercana al “centro”  y otrxs como “outsider”, pero que en realidad carece de identificación clara, incluso para sí misma. 

El binomio presidencial del PDC combina herencia política con popularidad digital: Paz Pereira debe su capital político a su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora, mientras que su vice, Edman Lara, ganó visibilidad tras ser expulsado de la Policía Nacional por denunciar corrupción.

La campaña de ambos candidatos consistió en un intenso recorrido a zonas rurales y barrios populares de todo el país, utilizando un discurso que conjugó la experiencia de Paz Pereira junto a una impronta anticorrupción, sobre la cual Lara ha construido su imagen en los últimos años.

Las propuestas electorales del PDC son poco consistentes y muchas de ellas improvisadas. Como su plan de gobierno, en cuya elaboración Paz Pereira reconoció no haber participado; o las propuestas de Lara, como la de subir la Renta Dignidad —un bono para los mayores de 60 años que no perciben jubilación— de 350 bolivianos (US $50) a 2000 bolivianos (US $285) mensuales, sin un plan para pagarla. Todo ello, además, en el marco de un discurso con tintes policiacos y cristianos.

Todavía queda por ver qué sucederá en la segunda vuelta el 19 de noviembre. Quiroga desde la derecha tradicional consolidada y en franca alianza con el núcleo de las élites económicas del país (principalmente las agroindustriales) seguirá pugnando por reciclar la faceta neoliberal clásica del Estado boliviano.

Por el otro lado, aunque el PDC ya suscribió —al igual que Doria Medina y Quiroga— su apoyo a la agenda agroindustrial. Todavía no queda claro si lxs representantes de este partido terminarán por alinearse con una política de derecha tradicional; o si optará por una deriva más personalista y autoritaria en torno a la figura de Lara.

En todo caso, en lo que esta nueva derecha se decanta es posible que las organizaciones populares encuentren un poco de aire para repensar y reconstruir sus procesos.

Los pedazos del MAS 

La sigla oficial del MAS alcanzó un 2,46 por ciento del total de votos emitidos (poco más del tres por ciento de los votos válidos), algo inconcebible poco tiempo atrás. El partido que fue el centro de la política boliviana durante 20 años quedó a un pelo de perder su personería jurídica.

Luis Arce Catacora —impuesto por Morales como candidato presidencial en 2020, desoyendo la decisión de las organizaciones sociales— se desentendió de su padrino y junto a personajes advenedizos, como el candidato presidencial Eduardo del Castillo, se apropió de la estructura partidaria. 

El plan les iba saliendo más o menos bien hasta que la crisis económica —aquella que es resultado del fin del ciclo extractivo del gas— les explotó en la cara.

Andrónico Rodríguez encabezó Alianza Popular, una deriva del MAS que inicialmente parecía prometedora para rearticular la fuerza masista en torno a este joven dirigente sindical. Sin embargo, lo que por un momento se vislumbró como la renovación del MAS resultó una sunchu luminaria (una luz que encandila y se apaga rápido). 

Rodríguez recicló la propuesta histórica del MAS, buscó la bendición de Morales (que nunca recibió) y sostuvo como su candidata a vicepresidente —contra viento y marea— a Mariana Prado, cercana al entorno del exvicepresidente Álvaro García Linera y su familia. Rodríguez logró apenas 6,61 por ciento de los votos emitidos.

Finalmente, Morales, como siempre, estuvo dispuesto a quemarlo todo si no es él quien ocupa el centro de la disputa política. 

Luego de ser marginado del proceso electoral por una resolución constitucional que no dejó de ser polémica, se aventó dos bloqueos de caminos de 24 días en octubre-noviembre del año pasado y otro de dos semanas en junio, acentuando la crisis económica. 

En medio de siete acusaciones por estupro y trata de menores, estuvo dispuesto a empujar al país al precipicio con tal de ser nuevamente presidente.

Al no lograr la insurrección que deseaba, Morales convocó a votar nulo e impulsó una campaña de desinformación. Los votos anulados alcanzaron un 19,87 por ciento del total de los emitidos, pero considerando que históricamente la votación nula ronda el cuatro por ciento, así como el gran malestar que recubrió el proceso electoral, de ninguna manera la totalidad del voto nulo puede atribuirse al llamado de Morales. 

El MAS de hace una década ya no existe. Su fragmentación se debe al desgaste de un partido cada vez más autoritario, a una crisis económica de la cual tiene responsabilidad importante, y a la grotesca reyerta de sus caudillos y sus egos. Además, en ese proceso, el MAS se cargó gran parte de los procesos organizativos de base que le daban fuerza.

Habrá que ver en qué medida este “desorden” inesperado en la votación obstaculiza una transición ordenada del poder estatal. También habrá que ver en qué medida puede convertirse en oxígeno para los procesos de reorganización popular.

Huáscar Salazar Lohman

Huáscar Salazar Lohman es economista boliviano. Ha escrito el libro "Se han adueñado del proceso de lucha" y recientemente participó en el libro colectivo Pensando la vida en medio del conflicto. Es investigador del Centro de Estudios Populares (CEESP).

Previous
Previous

Aprendizajes de autonomía feminista en Bolivia

Next
Next

No hay arte maya sin territorio maya