Bestiario político de la crisis boliviana

Rayas, acrílico y marcador sobre papel © Sheep María.

Opinión • Stasiek Czaplicki Cabezas • 19 de junio 2025 • Read in English

La inflación oficial en Bolivia —ese “modesto” 18.5 por ciento interanual— se parece cada vez más al guión forzado de una comedia política grotesca. No escandaliza por lo que confiesa, sino por lo que se esfuerza en esconder. Como un mal actor de telenovela, finge sin convicción. 

En la calle, en cambio, la inflación agobia y desborda la estimación oficial: en los productos importados que se quedaron del otro lado del mostrador —medicamentos incluidos—, en el transporte público que escasea, en los alimentos que se encarecen cada semana sin falta. Algunos productos de la canasta básica, como el arroz, ya cuestan el doble que hace un año.

Las estaciones de servicio se han vuelto altares del viacrucis nacional, donde todxs compiten por los últimos sorbos de diésel subsidiada, incluidos agroindustriales y mineros, devotos del subsidio. La crisis, como toda buena calamidad, también trae “oportunidades”: tierra desmontable como nuevo valor refugio, promesa de rentabilidad para los bienaventurados del despojo.

Quien vive del salario mínimo —con un 10 por ciento de aumento este año— apenas sobrevive. 

Y el 85 por ciento que habita la economía informal ni siquiera cuenta con ese consuelo estadístico. Mientras tanto, el dólar paralelo —ese oráculo callejero— ha tomado el control narrativo de la economía. Fluctúa como un enfermo con fiebre: de los 6.9 bolivianos por dólar oficiales a los 16 hoy, mañana en 20, luego quién sabe. 

Lo cierto es que el boliviano ya ha perdido cerca del 60 por ciento de su valor desde marzo de 2023, lo que se traduce en una escalada brutal del costo de vida, en ingresos que no alcanzan, en ahorros que se evaporan e incluso en medidas tan drásticas como el abandono escolar de adolescentes.

Campañas y crisis

En medio de este colapso, en el que el presidente Luis Arce Catacora se distingue por su ineptitud y su vicepresidente, David Choquehuanca, parece vivir en una realidad alterna cosmopachamámica, Bolivia sigue en campaña. Pero no en una campaña electoral cualquiera, sino en una de videos de TikTok de bajo presupuesto, con actores de telenovela reciclados —casi todos noventeros— y un discurso político que no ofrece redención, pero sí arrastra consecuencias nefastas.

El viejo libreto neoliberal vuelve a escena: recortar el Estado, desregular el mercado, contraer megadeudas y confiar en que el litio, la soya y el oro terminen haciendo el trabajo sucio. 

Frente a la crisis terminal que atraviesa el país —y donde la “izquierda” del Movimiento al Socialismo (MAS) solo sobrevive en discursos deshilachados—, se nos repite como dogma de fe que la única salida es una terapia de shock. Soltar aún más las amarras del capitalismo extractivista salvaje, como si no estuviéramos ya suficientemente a la deriva, se presenta, una vez más, como destino inevitable.

Así entonces, nos encontramos en una de las contiendas electorales más reñidas y atomizadas entre diferentes espectros de candidatos oficialistas y opositores y una votación que, como en otras regiones del mundo, se define en contra de un bando o candidato y no a favor de ideas o proyectos. La primera vuelta se celebrará el 17 de agosto y, si el desconcierto lo amerita —como todo indica—, volveremos a las urnas el 19 de octubre de 2025.

Veamos el casting presidencial de esta tragicomedia, del más oficialista al más opositor.

Eduardo Del Castillo

Del Castillo fue ministro de Gobierno. Ahora es candidato del MAS. Un tecnócrata de la represión, un mini Bukele de izquierda y una marioneta sin carisma del bando de Arce Catacora.

Del Castillo es némesis de Evo Morales, a quien acusa —casi sin disimulo— de narcotraficante. No promete corrección de rumbo, ni renovación de fondo: su candidatura es la prolongación estéril de una fórmula agotada, donde la gestión se confunde con la inercia del poder. Aun como candidato “socialista”, Del Castillo propone un recorte estatal sustancial, al que, con eufemismo tecnocrático, ha decidido llamar “optimización”.

Sin proyecto, sin alma, su postulación es irrelevante, sostenida apenas por la maquinaria institucional que lo empuja.

Andrónico Rodríguez

Heredero predilecto de Morales, Rodríguez está hoy a punto de convertirse en su propio Brutus, es decir, traicionar a su padre

Joven, apuesto y discretamente silencioso, Rodríguez es el presidente del Senado que ha hecho carrera con un mérito singular: que nadie lo odie. Es un virtuoso del arte de no mojarse nunca la camiseta. 

Rodríguez se presenta como la “renovación” del MAS, aunque sus propuestas oscilan entre la continuidad y una ruptura apenas simbólica. También propone recortar el Estado y trata de apelar a los sectores empresariales y del cooperativismo minero informal que lo apoyan

Su equipo parece salido de un thriller policial criollo: vínculos con el narco, denuncias de acoso sexual y defensas públicas a feminicidas. Rodríguez concentra las intenciones de voto del núcleo duro del ahora moribundo MAS y por lo tanto con la mayor intención de voto.

Eva Copa

Alcaldesa de El Alto, la segunda ciudad del país y también la más pobre. 

Exsenadora del MAS, hoy Copa se presenta con partido propio: MORENA, aunque sin propuestas a la vista. Su candidatura parece más un ensayo de visibilidad que un manifiesto de país. 

La acompaña Jorge Richter, el exvocero de Arce Catacora, conocido por cambiar de lealtades como quien cambia de chaqueta: antes vocero de Manfred Reyes Villa, ahora reinventado como operador centrista y candidato a la vicepresidencia.

Samuel Doria Medina

Eterno empresario y candidato de centro derecha, Doria Medina es opositor al MAS. Su total —pero total— falta de carisma contrasta con una fortuna familiar multimillonaria, que atrae aliados y compra equipos técnicos. 

Exministro de los noventa, Doria Medina es aliado de la derecha agroindustrial de Santa Cruz y de la vieja minería empresarial. Admirador de Bukele, amigo de la tres veces fallida candidata presidencial peruana Keiko Fujimori, vendería su alma al diablo por sentarse en la silla presidencial. 

La propuesta de Doria Medina combina tecnocracia rancia con promesas de feria, como la de resolver la crisis en cien días o replicar a nivel nacional el “modelo de desarrollo de Santa Cruz” —basado en agroindustria y ganadería feudal, funcional a su élite empresarial. Concentra la mayor parte de las intenciones de voto de la oposición fragmentada. 

Manfred Reyes Villa

Alcalde de Cochabamba por cuarta vez, Reyes Villa es exmilitar y ex-“exiliado” del MAS por casos de corrupción. Hijo del ministro de Gobierno de una de las dictaduras más sangrientas del país, carga con un historial de misoginia vociferante y lealtades recicladas con expresidentes de ultraderecha noventera. 

Hoy Reyes Villa promete orden con “mano dura” y propone milagros como vender gasolina sin subsidio pero más barata que en el mercado internacional. Aun así, convence a una parte de la derecha tradicional, sobre todo en su bastión: Cochabamba.

Jorge “Tuto” Quiroga

Quiroga representa a la extrema derecha con léxico ilustrado y nostalgia republicana. En los 90 fue vicepresidente de Hugo Banzer, aquel general de baja estatura y manos manchadas por la dictadura. Hoy Quiroga se pasea como estadista moderno, aunque vive de la pensión estatal que le dejó el régimen que ayudó a sostener. 

Propone un megapréstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), dinamitar lo poco que queda del Estado e “individualizar” las tierras comunitarias —indígenas y campesinas— para entregarlas al mercado, que sabrá revenderlas. 

Quiroga es aliado de la ultra derecha cruceña y su receta para el oriente boliviano es clara: “paraguayzarlo”, con más desmonte, más concentración y más inequidad. 

Quiroga presenta todo esto envuelto en lenguaje de modernidad digital, aunque olvide que la brecha tecnológica aún excluye a media Bolivia —sobre todo en el campo— del futuro que promete. Es el contendiente principal de Samuel Doria Medina por el voto de la oposición.

Los excluidos de la fiesta

Los demás candidatos electorales son varios, pero casi no figuran en la contienda en su mayoría por falta de sigla: sin partido político que alquile su sello al mejor postor.  

Entre los excluidos de la fiesta están: Jaime Dunn, exanalista financiero de Wall Street, que se presenta como un Milei aseptizado: un libertario de traje, con rabia contenida y promesas de eficiencia. Y Chi Hyun Chung, pastor evangélico de origen coreano, orgullosamente misógino y punitivista, que quiere “poner a Bolivia a trabajar” con Biblia en mano y látigo en la otra. En 2019, sacó un inquietante 9 por ciento de los votos.

Pero ninguna ausencia pesa tanto como la de Evo Morales. De líder histórico del MAS pasó a enemigo declarado de su sucesor, Arce Catacora; y de caudillo romantizado, a espectro político. 

Morales queda fuera de carrera por decisión del Tribunal Constitucional y promete bloquear el país entero como represalia, aun si eso aviva la violencia, y genera más muertos en sus bases o en las fuerzas policiales. Autoexiliado en el Chapare, vocifera compulsivamente en radios leales, denunciando conspiraciones con fervor cuasirreligioso. Cada aparición de Morales lo deja más solo, más cerca de la caricatura que del mito. Sobre él pesa una orden de aprehensión por pedofilia: una verdad pública que ya nadie niega.

Otro personaje clave en estas elecciones es el magnate boliviano Marcelo Claure, que no puede ser candidato por falta de residencia en el país, pero que desde Estados Unidos promete —como tantos antes— hacer todo lo que esté a su alcance para evitar que el “socialismo” siga en el poder

Claure anunció que auspiciará a la oposición y ya financió un foro en Harvard, con los principales presidenciables, representantes de la élite económica y algunos influencers bien peinados, para consolidar la idea de que solo una terapia de shock salvará a Bolivia de convertirse en “la próxima Venezuela”. 

Porque en Harvard, hasta el absurdo se vuelve doctrina, sobre todo para esas élites que aún se avergüenzan del país que las parió… y que siguen saqueando. Aunque Claure se vista como Steve Jobs, se parece más a Elon Musk: obsesionado con el litio, enamorado de las soluciones fáciles y ferviente admirador de Milei y Trump

Su lema no oficial —“Make Bolivia Great Again”— deja una duda inquietante: ¿cuándo cree que Bolivia fue grande? ¿Después de la hiperinflación de los ochenta? ¿O antes, en los tiempos dorados del saqueo ilustrado?

La elección del tipo de caída

El verdadero drama de esta elección no es quién gana. Es que nadie propone evitar la caída. Solo se nos permite elegir su forma: caída ordenada, caída acelerada, caída privatizada o caída en nombre de la soberanía. Pero caída al fin.

No se discuten proyectos de país, ni se asoman cuestiones más hondas como la plurinacionalidad o el sentido del Estado. El debate público parece reducido a un menú de “salvatajes” inmediatos, como si el horizonte terminará una vez la crisis sea resuelta. 

Todo suena a administración de ruinas con pretensiones de milagro. 

Y claro, en ese vacío, lo que sí encuentra terreno fértil es la articulación de agendas al gusto de los grupos de poder económico que —con tal de asegurarse un buen postor— ya se alinean discretamente detrás del candidato de turno. Porque si el futuro no importa, el presente es todo negocio.

¿Queremos endeudarnos hasta el cuello con el FMI? ¿O preferimos regalar nuestros recursos a China y Rusia a cambio de fábricas a medio construir? ¿Subsidios sin presupuesto o libre mercado sin red de contención? ¿Más tierra desmontada o más gas que ya no encontramos?

Las preguntas suenan absurdas. Pero hoy, en Bolivia, parecen ser las únicas que nos dejan sobre la mesa.

Stasiek Czaplicki Cabezas

Stasiek Czaplicki Cabezas. Economista Ambiental especializado en cadenas agropecuarias. Investigador y activista ambiental boliviano.

Stasiek Czaplicki Cabezas is a Bolivian researcher, activist and environmental economist who specializes in agricultural value chains.

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