Del progresismo agotado a la promesa del “capitalismo para todos” en Bolivia
Ilustración por Karen con K para Ojalá.
Opinión • Huascar Salazar Lohman • 24 de octubre, 2025 • Read in English
El 20 de octubre, Rodrigo Paz ganó el primer balotaje de la historia boliviana prometiendo estabilidad económica. El candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC) obtuvo la presidencia con 54,96 por ciento de los votos, frente a Jorge “Tuto” Quiroga, de la formación política Libre, de extrema derecha.
Aunque pequeños grupos de votantes de derecha inconformes con el resultado protagonizaron algunas escaramuzas, la victoria de Paz se consolidó en los días siguientes. La contundencia de los números, el reconocimiento de Quiroga, el respaldo de sectores empresariales organizados y las felicitaciones de varios presidentes de la región zanjaron el asunto.
Un gobierno de derecha —de centro derecha para los que lo comparaban con Tuto— ganó las elecciones, enterrando al gobierno de Luis Arce Catacora.
El próximo 8 de noviembre, luego de 20 años en el poder —salvo un año tras las fallidas elecciones de 2019— el Movimiento Al Socialismo (MAS) dejará la presidencia. Y también dejará a Bolivia en una situación crítica.
Un voto en contra, no tan a favor
La victoria de Paz y su vicepresidente, Edman Lara, no es producto de una transformación del Estado boliviano impulsada desde la sociedad.
Hace tres meses, nadie —ni siquiera Paz y Lara— hubiera imaginado este desenlace. Su triunfo es, más bien, consecuencia de malestares acumulados, incertidumbres coyunturales y algunas certezas al interior de diversos sectores populares.
Empezamos con la economía boliviana, que lleva más de un año en números rojos.
Desabastecimiento de combustible, escasez de dólares e inflación de la canasta básica son sus manifestaciones más visibles del colapso económico. El Producto Interno Bruto se contrajo durante el primer semestre de 2025 por primera vez en 39 años. Esta crisis —resultado del agotamiento del modelo económico basado en la exportación de gas natural que se inició en los gobiernos neoliberales y se sostuvo durante el gobierno del MAS— ha golpeado desproporcionadamente a los sectores populares.
A la debacle económica se suma la progresiva descomposición del MAS, que generó un hartazgo sin precedentes.
Su deriva autoritaria era cada vez más evidente luego de 2016. La voracidad de poder de sus dirigentes, las acusaciones de pedofilia contra Evo Morales y los múltiples escándalos de corrupción terminaron por agotar un discurso de izquierda progresista. Discurso que era incompatible con un proyecto estatal capitalista que, si bien alcanzó a redistribuir excedentes extraordinarios del gas durante la bonanza, no afectó la estructura del poder económico nacional.
Estos factores explican el contundente triunfo de las propuestas de derecha en primera vuelta sobre las distintas candidaturas del MAS —representadas por Andrónico Rodríguez y Eduardo del Castillo— así como sobre el voto nulo impulsado por Morales.
Sin embargo, el triunfo de Paz sobre Quiroga en la segunda vuelta fue, ante todo, un veto a la derecha recalcitrante, heredera de gobiernos militares y portadora de los imaginarios más clasistas y racistas de la sociedad.
Frente a ese rechazo, Paz y Lara presentaron un proyecto inacabado y ambiguo.
Una derecha que se propuso comprender las preocupaciones inmediatas de sectores populares y clases medias para reciclarlas dentro de un discurso emprendedurista que hablaba de “capitalismo para todos”. Su oferta cobró sentido después de que nociones como izquierda, socialismo o revolución, fueron vaciadas de contenido y generaron anticuerpos durante la última década del progresismo boliviano.
El llamado capitalismo populista de Paz también ha abrevado de los discursos conservadores que resuenan en otras latitudes latinoamericanas. Lara, un expolicía, no ha ocultado su admiración por Nayib Bukele y su autoritarismo en El Salvador. Además, tanto él como Paz han envuelto su candidatura en un manto de religiosidad cristiana.
Elecciones, hartazgo y más capitalismo
Este proceso electoral evidenció tres elementos claves.
Primero, el hartazgo frente a un MAS descompuesto. Segundo, el rechazo a la derecha histórica boliviana y sus formas racistas y clasistas. Y tercero, la emergencia de una derecha aún indefinida que intenta conjugar el acercamiento a sectores populares con una deriva conservadora de nueva época.
Paralelamente a esta dinámica estatal, también quedó en evidencia la difícil situación de las organizaciones sociales, sin capacidad de imponer agendas propias en el escenario político nacional.
Desde la primera vuelta, el debate electoral giró en torno a la crisis económica y sus manifestaciones más urgentes, como son la escasez de dólares, la inflación y el desabastecimiento de combustible.
Pero poco o nada se habló de las causas de fondo.
Las diferencias entre las propuestas hechas por los partidos fueron tácticas: velocidad del ajuste (shock o gradualismo), recurrir o no al Fondo Monetario Internacional (FMI) de inmediato o más adelante, privatizar o cerrar empresas públicas según rentabilidad, o entregar el litio a uno u otro país.
Sin embargo, todas convergieron en lo estratégico: atraer inversión extranjera garantizando la llamada seguridad jurídica, reduciendo el gasto público y, principalmente, profundizando el extractivismo como vía fundamental para obtener divisas.
Lo que se avecina puede anticiparse con claridad.
El ajuste fiscal gradual que prometió Paz implicará recortes en servicios públicos ya deteriorados, congelamiento de contrataciones estatales en un país donde el empleo público es una de las pocas fuentes de trabajo estable, y la “racionalización” de empresas públicas deficitarias es un eufemismo que antecede a un proceso de privatizaciones.
También se espera la eliminación de subsidios a combustibles, lo que encarecerá el transporte y, en efecto dominó, toda la canasta básica.
La propuesta de “impuestos únicos por debajo del 10 por ciento” busca simplificar el actual sistema tributario boliviano en una sola tasa reducida, cosa que beneficiará principalmente a grandes empresas y capitales concentrados.
Y aunque Paz prometió no recurrir al FMI inicialmente, dejó la puerta abierta para cuando las presiones de la crisis se intensifiquen y los organismos multilaterales aparezcan como única salida para conseguir divisas.
El extractivismo, una vez más, se presenta como única alternativa imaginable.
El litio reemplaza al gas natural en el imaginario desarrollista. Paz prometió impulsar su industrialización para atraer inversión extranjera, repitiendo la lógica del ciclo gasífero, que consiste en vender naturaleza para insertarla en circuitos globales de acumulación mientras transnacionales y élites locales capturan la mayor parte del excedente.
Durante el boom del gas, 83 por ciento de la producción permaneció en manos de las empresas extranjeras Petrobras y Repsol; cuatro empresas mineras —también extranjeras— controlaron más del 90 por ciento del valor exportado.
Devastar territorios, generar bonanza temporal, enfrentar un nuevo colapso. El guion se repite.
El sector agroindustrial —que reconoció rápidamente al gobierno de Paz— también es presentado como motor de desarrollo. Se omite que este modelo productivo, articulado al capital financiero y que drena excedentes de la población trabajadora, es responsable de la devastación de millones de hectáreas de bosque en el oriente boliviano.
El proceso electoral evidenció un consenso no dicho pero profundamente arraigado. Todas las propuestas —desde la ortodoxia neoliberal de Quiroga hasta el “capitalismo para todos” de Paz, pasando por las variantes del MAS— convergieron en que salir de la crisis requiere atraer inversión extranjera, reducir gasto público y profundizar el extractivismo.
Este programa se presenta como sinónimo de lo que llaman estabilidad económica: indicadores macroeconómicos equilibrados, confianza de inversionistas, flujo de divisas. Mientras tanto, la precarización de las mayorías y la devastación de territorios enteros se naturalizan como costos inevitables del ajuste.
Si en ese proceso sobran migajas para redistribuir entre sectores populares, mejor. Pero eso es un efecto secundario, bienvenido, aunque no necesario. Lo que el gobierno entrante se propone es recomponer la capacidad de acumulación del capital, no cuidar la vida y bienestar de la sociedad boliviana.
Salir de la crisis, ¿para quién?
El debate nacional en Bolivia se ha concentrado en una sola pregunta: ¿con qué reemplazamos los ingresos por la exportación de gas?
Las respuestas circulan en un menú limitado: litio, oro, madera, soya. El plan de ajuste que las acompaña es predecible: recortar gasto social ahora o endeudarse y recortar gasto social después.
Esta formulación del problema ya es, en sí misma, el problema.
La economista feminista Amaia Pérez Orozco lo explica así: cuando solo podemos hablar de las necesidades humanas en términos de mercado, se vuelve imposible ver la contradicción fundamental entre capital y vida.
La crisis actual no surge de que el MAS cambió el modelo económico, sino precisamente de que no lo hizo. Cuando el gas se agotó, también se agotó la capacidad de acumulación que sostenía el sistema. Buscar otro commodity bajo las mismas reglas de desigualdad y expoliación solo perpetúa el ciclo de bonanza temporal y colapso inevitable.
Habría que replantear la pregunta de raíz: ¿por qué la economía boliviana está organizada de modo que uno por ciento de la población concentra 30 por ciento del excedente nacional? ¿No sería más sensato —y urgente— disputar ese excedente existente, en lugar de buscar nuevas fuentes de extracción?
Ese excedente podría redistribuirse a través de sistemas tributarios progresivos, la eliminación de subsidios regresivos al capital y controles sobre flujos financieros especulativos, entre otras medidas que permitan recuperar un excedente que sigue siendo acaparado por unos cuantos. Podría servir para la construcción y fortalecimiento de sistemas públicos y comunitarios que garanticen derechos básicos de salud, educación, alimentación, y un largo etcétera.
Nada de esto estuvo en la agenda del progresismo boliviano de los últimos años. En su lugar su empeño estuvo puesto en conservar el poder y en las disputas internas por el liderazgo del partido. Mucho menos queda en el programa económico que Paz implementará en los siguientes meses y años.
Esta es una lucha que debe ser desplegada con claridad en el presente, y también debe convertirse en punto de confluencia de los distintos horizontes y esfuerzos disidentes y contestatarios que se hallan dispersos, debilitados, desorganizados y con poca capacidad de interpelación e intervención.
Frente al nuevo escenario político estatal, nuestra propuesta de cómo enfrentar la crisis no puede ser una que ponga al capital en el centro, tiene que ser una para la vida.

