Agroecología, resistencia y cuidado en Colombia
Las fincas campesinas de Antioquia no solo producen cultivos, sino que también generan espacios de educación y empoderamiento. Foto cortesía de la Corporación Ecologista y Feminista Penca de Sábila.
Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar • 6 de noviembre, 2025 • Read in English
En las verdes y sinuosas montañas que rodean la ciudad de Medellín, en Antioquia, Colombia, se ha sostenido durante más de tres décadas un amplio tejido cooperativo que es un testimonio vivo de perseverancia y creatividad.
Para dibujarlo, elijo partir de uno de los hilos de ese tejido para, siguiéndolo, alcanzar a narrar la fertilidad del trabajo asociativo, de la cooperación y de la confianza que logra sostenerse en el tiempo. Un empeño añejo de producción de lo común que pone la reproducción de la trama de la vida en el centro de los vínculos colaborativos.
Se trata de una pequeña tienda en el centro occidente de Medellín llamada ColyFlor. Por ahí pasa semanalmente una gran cantidad de productos agropecuarios para su posterior distribución por toda la ciudad.
El olor a verdura y yerbabuena, a café y galletas, recibe a quienes visitan ColyFlor en dos ambientes amplios y pulcramente ordenados. Diversas mujeres trabajan en la tienda, encargándose tanto de la venta minorista como del esfuerzo mucho más significativo de sostener, semanalmente, la distribución de alimentos mediante paquetes ya comprometidos con consumidores articulades.
Se organiza, así, una manera estable de vincular, a través de variados y sabrosos alimentos orgánicos, el inmenso esfuerzo de producción agroecológica que se desarrolla en muchas pequeñas fincas campesinas en los alrededores de la ciudad de Medellín. Así se satisface la necesidad de quienes habitan la ciudad de escapar, al menos parcialmente, del venenoso circuito agroindustrial a gran escala que, en tantos sitios, necrotiza el tejido de la vida y enferma a quien come tales productos.
Es tremenda la cantidad de trabajo logístico y organizativo detrás de cada tomate, paquete de huevo o libra de café que llega a muchas mesas de las barriadas de Medellín. Procesos de recepción, organización, catalogación y distribución de las distintas clases de alimento, que se han ido perfeccionando a lo largo de los años y que ahora pueden cuantificarse de manera precisa.
Cada mes circulan en promedio 15.000 huevos y una tonelada de carne de pollo, producidos por mujeres, y 5,5 toneladas de alimentos verdes, entre verduras, tubérculos y frutas, producidas por familias campesinas. Toda esta producción es planeada colectivamente entre las fincas y abastecen mensualmente a alrededor de 635 personas consumidoras de la ciudad.
El producto final del trabajo logístico y organizativo colectivo, cuidadosamente empaquetado y listo para el consumo. Foto cortesía de la Corporación Ecologista y Feminista Penca de Sábila.
Acopiar y circular para la vida
ColyFlor es un nodo importante en una red cooperativa mucho más amplia, en la que concurren alrededor de 90 fincas campesinas. En ColyFlor se concentran periódicamente los frutos de las múltiples actividades productivas desarrolladas en ese conjunto de pequeñas unidades de producción doméstica.
Las fincas campesinas de Antioquia, que en su mayoría no superan 1,5 hectáreas de extensión, han sido históricamente asediadas y agredidas por múltiples violencias de todas clases durante las últimas décadas, desde el paramilitarismo de diversas clases hasta las fuerzas armadas.
Sin embargo, a través de la práctica agroecológica sostenida a lo largo del tiempo, se van regenerando capacidades múltiples de sostenimiento tanto de los suelos como de los pueblos y las familias campesinas.
Para muchas de esas unidades productivas, ser parte de un proceso de distribución estable que permite romper con el control de abusivos intermediarios significa una opción viable de permanencia para revalorizar el trabajo y las habilidades productivas puestas en juego.
Cada finca campesina es, en sí misma, una unidad distinta a las demás. En algunas se está produciendo pollo y huevo de manera orgánica, en otras se pone énfasis en el café o en las verduras. Algunas, las más exitosas, logran combinar varias actividades. Producen para el autoconsumo y producen excedentes que, a través de ColyFlor, tienen un mecanismo estable para circular hacia otras mesas.
Para activar la circulación de esos valiosos excedentes agropecuarios orgánicos, las familias campesinas concentran periódicamente sus productos en lugares cercanos a las fincas para que un camión del Circuito Económico Solidario los recoja para llevarlos a ColyFlor donde se reinicia el proceso de distribución.
Tuve la fortuna de visitar en septiembre pasado una de esas fincas en el municipio de Ebéjico. Ahí, varias mujeres me compartieron, alegremente, la relevancia de los conocimientos logrados al volverse expertas en organizar los diversos ciclos productivos entrelazados que nutren sus cultivos.
Insistieron, también, en la estabilidad que les aporta el hecho de estar articuladas fluidamente a los ciclos de distribución que se concentran en ColyFlor. Solo a partir de un intenso trabajo de coordinación se asegura la continuidad del proceso de producción-distribución de alimentos en su conjunto.
Toda la producción agroecológica, que abastece colectivamente a cientos de hogares, es planificada colectivamente entre las fincas campesinas. Antioquia, Colombia. Foto cortesía de la Corporación Ecologista y Feminista Penca de Sábila.
Más allá del comercio justo
ColyFlor, además, es parte de otro tejido que se denomina Corporación Ecologista y Feminista Penca de Sábila, de larga data en tierras antioqueñas.
Si bien Penca de Sábila se fundó como una instancia cooperativa “ambientalista” hace casi cuatro décadas, ha tenido la pericia y la sabiduría de ir variando, recomponiéndose y ajustándose a los tiempos.
La defensa del agua y de sus usos comunitarios ha sido y sigue siendo una de las principales actividades de Penca de Sábila. En esa región de la cordillera, los “acueductos comunitarios” son amenazados cada tanto por reiteradas ofensivas privatizadoras o por el drenaje excesivo de agua para proyectos inmobiliarios o turísticos que debilitan los procesos de producción campesina. Las actividades de Penca de Sábila y su experiencia en la defensa y gestión de los acueductos resultan entonces muy relevantes.
Tras años de articulación y acciones de exigibilidad e incidencia a nivel nacional entre redes regionales de acueductos comunitarios y organizaciones sociales y universitarias, se logró el reconocimiento jurídico de la gestión comunitaria del agua en Colombia a través del Decreto 0960 en septiembre. El reto ahora es darle materialidad a esta política exigiendo su aplicación y trabajando en la reglamentación que implica.
De ahí que Penca de Sábila, también, desde hace largo tiempo, impulsa la producción agroecológica a través de uno de sus programas de “intervención social”. La dinámica que han construido es potente: consiguen recursos para conformar un equipo de profesionales en agronomía y agroecología, que acompañan sistemáticamente a las fincas campesinas.
Además, casi desde su fundación Penca de Sábila ha impulsado las luchas feministas y, en lo cotidiano, se esfuerzan para que dentro de cada finca las mujeres alcancen mayor autonomía económica, sobre todo a través del cuidado de las gallinas y la producción de huevo y pollo.
Penca de Sábila hace, a su vez, parte de un tejido todavía más extenso en Antioquia, denominado Confiar, cooperativa financiera. Originada en las antiguas cajas obreras de ahorro y ayuda mutua, Confiar ha resistido el embate de la financiarización de la vida y la concentración bancaria, consolidándose a través de ajustes y adaptaciones a lo largo de sus más de cuatro décadas de existencia.
Cada una de estas instancias es autónoma y funciona bajo pautas de cooperación no exentas de tensión. Entre ellas, sin embargo, ocurre una circulación constante de bienes, productos, energías y conocimientos que sostiene la estabilidad de su articulación.
En una visita reciente a Penca de Sábila en Medellín, tras conocer a vuelo de pájaro el tejido descrito, no dejo de preguntarme cómo ha sido posible la permanencia de una trama cooperativa tan tupida en una de las ciudades que, hace no tantos años, llegó a estar entre las más violentas y peligrosas del mundo.
Quizás la ayuda mutua, la cooperación ligada al sostenimiento de la vida, la regeneración de tierras degradadas, la perseverancia en pulir y ajustar la coordinación de estos múltiples procesos fueron una respuesta lúcida desde los más duros tiempos de la violencia desatada.
En todo caso, en ese tejido cooperativo que ha sido capaz de darle la vuelta a múltiples problemas que nunca faltan, hasta ahora sigue latiendo la energía vital que es capaz de poner el sostenimiento de la vida en el centro y de organizarse colectivamente en torno a tal propósito.

