Boaventura y la subversión feminista de la academia

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Opinión • Raquel Gutiérrez Aguilar • 27 de abril, 2023 • Read in English

La cultura feminista y antipatriarcal hoy está en plena expansión en muchísimos sitios y también en las universidades. Se desparrama como la humedad: constantemente, muchas veces de modo silencioso y en ocasiones con efectos estrepitosos. 

Tejemos vínculos entre distintas, levantamos asambleas y grupos de trabajo, aprovechamos las opciones que se presentan para investigar temáticas de interés y compartimos creativas soluciones a los problemas que encontramos. 

Y problemas hay muchos.

En las universidades, las feministas estamos siendo capaces de erosionar rígidas formas de dominación patriarcal que marcan la vida cotidiana en aulas, seminarios y laboratorios. 

El avance ya logrado ha causado una inmensa reacción. No es casual que así sea. 

Vivimos y sentimos la airada reacción que ocurre cuando quienes soportan relaciones de poder desfavorables y violentas se deciden a hablar. Se develan las disputas, palmo a palmo, protagonizadas por muchísimas mujeres y disidencias jóvenes, por alterar la distinción entre lo admisible y lo inadmisible en las prácticas escolares inmediatas y cotidianas. Por cambiar las formas de estar y de hacer en la universidad. 

Es un camino duro, conflictivo y cansado.

Cansado, sobre todo, cuando se encara de manera individual a través de la denuncia específica contra un agresor. Muchas veces, pareciera que nada puede hacerse. Las instancias universitarias—cuando las hay—llamadas a escuchar y atender a quienes han soportado algún agravio se suelen entrampar en una malla de complicidades y cálculos.

De ahí la relevancia de las alianzas entre mujeres y disidencias en la producción de conocimientos y formas de difusión que alteren jerarquías y conmuevan el status quo. Así es como vamos abriendo lentos caminos de transformación. 

Impulsar la producción de justicia significa empujar un gran conflicto por establecer límites hacia aquello que no estamos dispuestas a aceptar. 

Las paredes hablan

Justo en esa dirección empuja “Las paredes hablaban cuando nadie más lo hacía”, capítulo de libro escrito por Lieselotte Viaene, Catarina Laranjeiro y Miye Nadya Tom. En los últimos días, ha circulado profusamente entre las mujeres y feministas con actividad universitaria.

El capítulo describe minuciosamente las acciones de abuso, acoso, hostigamiento y expropiación académica que las autoras sufrieron en Coimbra, Portugal durante su proceso de formación intelectual en el Centro de Estudios Sociales (CES), organizado en torno a un reconocido intelectual de izquierda. 

No lo nombran en el texto, pero se trata de Boaventura de Sousa Santos.

Las autoras hacen mucho más que sólo describir una situación individual. Expresan y analizan un problema general, ponen nombre a las posiciones jerarquizadas y de poder entre lxs miembrxs de la academia y a las acciones que protegen el andamiaje de complicidades que permite las conductas abusivas. Se apropian de las herramientas analíticas aprendidas para esclarecer las desagradables experiencias vividas.

Emplean la fértil técnica de la autoetnografía, retratando con cuidado cómo se concatenan, en el CES—que se precia de ser de izquierda—procesos de imposición de silencio y de disciplinamiento a colegas jóvenes provenientes de distintos países. 

Por eso su trabajo va mucho más allá de la mera denuncia. 

Son tres las figuras que aparecen en el argumento: el “profesor estrella”, la “vigilante” y el “aprendiz” o “heredero” del profesor estrella. A través de tales figuras emblemáticas, desgranan la manera cómo se mantienen y recomponen rígidas e invisibles estructuras de poder.

Logran volver comprensibles dinámicas de poder cotidianas y sutilmente violentas al interior de las universidades. Estas prácticas son difíciles de explicar, aunque se perciban en y con el cuerpo, y generan un inmenso malestar. 

El texto no trata de algo que no sepamos, pero lo hace de una manera útil, que ilumina cómo se defiende una clase de ‘poder sexual’ en las universidades. Bosqueja el poder sexual de los profesores estrella sobre todxs lxs demás, subordinados con mandatos de lealtad institucional y personal. Las jerarquías masculinas de herencia que fijan lugares para el resto. El incómodo lugar de quienes han de vigilar que la estructura no se altere.

No hay un abusador de tan alto perfil que actúa solo. Sin decir nombres, Viaene, Laranjeiro y Tom dibujan esa máquina de abusos, complicidades y silencios. 

Subvertir la academia

El trabajo de las tres colegas se inscribe dentro de un proyecto más amplio: la inmensa y difícil tarea de subvertir la estructura patriarcal en la academia. 

Su capítulo forma parte de un libro, editado por Erin Pritchard y Deyth Edwards, publicado por Routledge, que se titula Sexual Misconduct in Academia: Informing an ethics of care in the university.

Es decir, su capítulo también forma parte de un proceso—un libro—mucho más amplio. Es un eslabón de las múltiples y diversas luchas que están ocurriendo en las universidades de muchas partes del mundo. Las feministas y disidencias están ensayando formas de producir justicia al tiempo que disputan la reorganización de prácticas y contenidos en la actividad universitaria.

Son ya muchísimos centros de educación superior, en diversos países, los que se han visto sacudidos por la acción ruidosa e inconforme de mujeres jóvenes y disidencias. Rechazan la rígida cultura patriarcal y las violencias, abusos y complicidades que encuentran en el día a día de la actividad académica y escolar.

Las acciones más conocidas, inmediatas y escandalosas han sido las denuncias de las más violentas situaciones que algunas han confrontado: chantaje sexual, hostigamiento directo, o incluso agresión y violación. Pero esto no es lo único que está en juego.

Tras la sacudida que produce la denuncia de un académico, que casi siempre busca encapsularse presentándola como conducta “torcida” de un solo individuo, se abren debates de fondo. Se proponen cambios en los planes de estudio, discusiones sobre prácticas pedagógicas adecuadas y se alumbra la necesidad de actualizar eso que se entiende por educación universitaria.

Resulta entonces que además de los diversos esfuerzos por sostener procesos de autoformación feminista, también existe una dura disputa por el conocimiento y sus condiciones de producción. Es una disputa que pasa por desarmar las estructuras que sostienen a los profesores estrella y sus camarillas de defensa del orden patriarcal.

¿Puede la universidad producir justicia?

Producir justicia y cambiar la universidad son dos de las tareas que están abiertas. El contexto en que ocurren tales desafíos es por demás difícil.

Estudiantes endeudadas, profesoras precarizadas, cultura del productivismo y formas de evaluación cuantitativa cada vez más rígidas son solo algunos hilos del modo como se sujeta la producción de conocimiento en las universidades. Como conjunto de prácticas, obligan a las jóvenes a admitir violencias múltiples. Todo esto dificulta sus luchas. Sin embargo, es mucho lo que ahí está ocurriendo. 

Sin afán de exhaustividad distingo dos ejes de acción. 

Por una parte está la intensa disputa por establecer límites a las violencias y por reorganizar procesos de trabajo, de aprendizaje y de investigación. Por otro, está la inmensa tarea de producir justicia en los casos específicos de agresiones documentadas y violencias reiteradas.

Sobre lo primero, el trabajo de Viaene, Laranjeiro y Tom es un ejemplo muy interesante. Su esfuerzo colegiado y colectivo, y la rápida manera en que ha circulado a través de redes de complicidad política entre académicas demuestra la resonancia de los argumentos ahí explicitados. Saludo los esfuerzos de otras compañeras que también de modo eficiente y pronto han traducido el capítulo a otros idiomas, por ejemplo al castellano.

Sobre lo segundo, comparto unas cuantas líneas finales sobre lo que puede ser un obstáculo para profundizar la tarea de producción de justicia. El peligro es que todo lo discutido se opaque con el castigo a un señor de izquierda que disuelve el significado de lo que estamos haciendo entre muchísimas. 

Sabemos que tras la denuncia contra algún profesor particularmente famoso, suelen despertarse tanto las tentaciones punitivistas como su correlato, la disposición victimista.

Requerimos que las conductas individuales no queden impunes. Pero también requerimos que se mire la problemática en su conjunto, no sólo las aristas más estridentes. 

En el caso específico del profesor estrella denunciado por las ex estudiantes de Coimbra, resulta paradójica la dinámica de ‘chivo expiatorio’ que se ha abierto. 

Diversos académicos e instituciones se vuelcan ahora a sancionar y castigar la conducta del profesor estrella. Con esas acciones vuelven a fingir: actúan como si no hubieran sabido nada de tales conductas previamente. Como si esa ‘malla de susurros’, de la que también hablan las autoras del texto, no hubiera sido conocida desde hace muchos años. 

Los esfuerzos feministas por cambiar la universidad no tienen como único fin excluir o castigar a un individuo. No conviene que se nos imponga esa dinámica, ni que nos distraiga de todo lo demás que estamos haciendo. Aun si, por otro lado, conviene que haya consecuencias para los actos de abuso a otrxs.

Las instituciones, hemos visto, actúan como un péndulo. Oscilan desde una práctica de desconocimiento y negligencia en el tratamiento de las agresiones y violencias sexuales hacia una dinámica de castigo singular donde se repudia a quien hasta hacía unos días parecía intocable. 

Esta dinámica de “chivo expiatorio” intenta expiar la falta ahora ya inocultable, pero a través de la singularización en un solo cuerpo a ser sacrificado. No lo sacrifican porque creen en la justicia. Ellos piensan que así se re-instalará el orden. 

Pero su orden ya no lo queremos. Como bien demuestran las valientes colegas que pasaron por el CES, el problema no solamente es de Sousa Santos. Es la estructura que lo premia, que concentra recursos en él, que le permite construir dependencias y organizar su poder para controlar a las personas a su alrededor. 

Aunque no lo quieren reconocer, hay algo innegable del presente momento que representa un cambio sustantivo: ya llegó la era feminista. Con ella, se han abierto horizontes de transformación sin precedente —dentro y fuera de las universidades. 

Como feministas dentro de las universidades, nos toca seguir aprendiendo de las experiencias de otras, armando metodologías y respuestas colectivas para frenar los abusos, desmantelar las estructuras patriarcales y re-plantear la educación superior también disputando recursos públicos.

Raquel Gutiérrez Aguilar

Ha sido parte de variadas experiencias de lucha en este continente, impulsando la reflexión y alentando la producción de tramas antipatriarcales por lo común. En Ojalá, es editora de opinión. 

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