¿Qué hacemos las feministas después del 8M?

Foto cortesía Minervas.

Opinión • Victoria Furtado • 18 de abril 2023

El feminismo es hoy uno de los espacios de elaboración intelectual más lúcidos, que lo mismo se vale de estructuras académicas como de talleres entre militantes. 

Estas formas de producción de conocimiento tienen muchas particularidades, pero me interesa destacar una: los análisis que los feminismos están planteando hoy no hablan de los problemas de las mujeres como sector. Elaboran una crítica del avance del capital sobre la vida para abordar una multiplicidad de problemas que afectan a la reproducción social, con la intención de proponer horizontes de transformación que garanticen vidas dignas para todxs.

Dice Silvia Federici que los momentos en que el movimiento no está en la calle de forma masiva son momentos de construcción y que el hacer común es una condición para la reproducción de la lucha. 

Una de las tantas cosas que desde los feminismos hacemos durante todo el año es sostener procesos colectivos y autónomos de formación política. Las maneras en que lo hacemos son de lo más diversas. 

En una actividad que tuvo lugar en la ciudad de Nueva York hace unos días, compañeras de América Latina, Estados Unidos y España compartieron distintas experiencias, más consolidadas o más incipientes, pero todas igualmente interesantes: escuelas de formación, proyectos editoriales, investigaciones militantes, espacios de educación popular, entre otras. 

De la formación a la producción de conocimiento feminista

La autoformación política feminista no es una actividad, es una metodología. 

Por un lado, es una forma que tenemos de abordar los problemas que la lucha abre. Por otro, es una práctica de nombrar, teorizar y producir conocimiento, partiendo de nuestros cuerpos, experiencias, afectos e intuiciones. Las estrategias de formación nos dan herramientas para comprender lo que sucede e intervenir colectivamente en los asuntos comunes. 

Entre otras cosas, los procesos de formación nos permiten articular diversas temporalidades. Muchas veces desarrollamos actividades que apuntan a conocer la historia del feminismo y los debates que atravesaron las distintas épocas. Elaboramos cronologías, rastreamos complicidades, vamos tras manifiestos, textos clásicos o papeles olvidados. 

Al construir nuestras genealogías no miramos al pasado de forma anecdótica; desandamos la sistemática producción de olvido sobre nuestras luchas para recuperar sus hilos más radicales. Le hacemos preguntas al pasado para pensar el presente. Buscamos conocer los problemas que enfrentaron las que lucharon antes que nosotras para comprender las posibilidades y límites de las estrategias que se dieron. 

El incansable esfuerzo de registrar, sistematizar y compartir lo que estamos haciendo en el presente también hace parte de los procesos de autoformación y producción de conocimiento. 

En los últimos años, desde el movimiento feminista se han elaborado cientos de libros, fanzines, videos, podcast, antologías, artículos, cancioneros y más. Contamos lo que hacemos para que no se trate siempre de volver a empezar y para que no nos borren de nuevo de la historia. 

Confiamos en que hay algo de la experiencia de cada tiempo y lugar que puede ser útil en otros momentos y geografías. Seguimos pensando el problema de la transmisión de experiencia, empezando por la propia palabra “transmisión” que, como dice Noel Sosa, no es parte del vocabulario de nuestras luchas pero aún no encontramos cómo reemplazarla del todo. 

Sistematizar lo que hacemos en el presente es un paso necesario para pensar lo que queremos en el futuro. Los procesos de autoformación son también esos momentos de parar, poner en común, intercambiar, ordenar, escribir. 

Pasar en limpio aprendizajes y problemas es un ejercicio que tiene una dimensión cognitiva, nos permite establecer como conocimiento lo experimentado hasta el momento para hacernos nuevas preguntas y decidir hacia dónde queremos apuntar nuestros esfuerzos.

Cuando las feministas hablamos de nuestros procesos de autoformación política, estamos hablando también de prácticas autónomas de producción de conocimiento. Porque, como dice Verónica Gago, las huelgas feministas articulan una inteligencia colectiva y producen teoría. 

Mi experiencia en autoformación

El desarrollo de actividades y procesos de autoformación política ha sido una de mis actividades principales dentro del movimiento feminista. 

Es la tarea con la que más aprendí y desde la que pienso mucho de lo que hago, aún en otros ámbitos. Casi siempre la sostuve en paralelo a otras, probablemente más visibles. 

Me gusta porque tiene ese carácter de trabajo de hormiga, requiere paciencia, escucha, organización y, sobre todo, ganas de hacer en colectivo. Cuando vivía en Montevideo, con las muchas compañeras que fueron parte de la comisión de formación del colectivo Minervas en distintos momentos hicimos talleres, ciclos, cartillas, libros, fanzines, proyectos, investigaciones militantes, círculos de lectura y más. 

Quiero compartir algunos de esos aprendizajes colectivos como pistas que hacen parte de una experiencia, una más entre tantas otras que integran el repertorio de prácticas autónomas que vamos construyendo. 

Los procesos de autoformación permiten compartir y socializar una diversidad de prácticas y saberes. Una consigna que muchas veces usamos con las compañeras es que la horizontalidad no puede pensarse como un punto de partida ingenuo sino más bien trabajarse como lugar de llegada. 

Reconocemos que lo único en lo que somos iguales es en que venimos de lugares, trayectorias e intereses diferentes. Solo desde el reconocimiento y valoración de nuestras diferencias podemos empezar a socializar saberes para construir común. 

Las estrategias de formación feminista necesitan articularse como una constelación de prácticas. Este es un aprendizaje de las pedagogías críticas: diversificar los modos de hacer formación nos permite atender a una multiplicidad de propósitos y diseñar procesos según las particularidades, necesidades e intereses específicos de quienes los protagonizan.

Un aspecto transversal a las distintas prácticas de autoformación feminista es que conforman una ética política basada en la construcción de vínculos distintos entre nosotras y con el conocimiento. Esto implica pensar qué es para nosotras producir conocimiento, qué cosas necesitamos saber y cómo lo hacemos. 

No desarrollamos prácticas de formación y producción de conocimiento como erudición ni adoctrinamiento, sino como un forma de comprender, de nombrar procesos, recuperar historias de lucha y desplegar acciones concretas. La idea del hacer es central. 

La formación feminista no puede entenderse como un conjunto de actividades en las que algunas personas le explican a otras cómo funciona el mundo. Su potencia radica en que es una forma de encontrarnos entre compañeras para hacer juntas. Es un tiempo-modo colectivo para identificar problemas y diseñar las estrategias colectivas que nos vamos a dar para pensar lo que necesitamos pensar. 

En la experiencia de Minervas, este aprendizaje se fue dando con el tiempo. Muchas veces compañeras de otras organizaciones (no necesariamente feministas, a veces de espacios sindicales, barriales, cooperativos) nos invitaron a hacer talleres. Por lo general querían algo tan amplio como un “taller de género”. 

A partir de ahí, empezábamos una serie de conversaciones para conocer sus intereses y preocupaciones para diseñar una actividad. Fueron instancias en las que aprendimos mucho, construimos vínculos de afecto y confianza política que mantenemos hasta hoy. Pero algo no nos convencía del todo. 

Con el paso del tiempo fuimos reflexionando sobre nuestra propia práctica y desarrollamos otras líneas de trabajo. Una fue acercarnos a colectivos feministas con los que teníamos ganas de intercambiar y proponerles co-organizar talleres. 

Fuimos construyendo una articulación política a partir de un hacer concreto vinculado a la formación. No empezamos discutiendo si estábamos de acuerdo en los mil asuntos de la agenda feminista. Comenzamos haciendo algo juntas y en ese proceso fuimos conociéndonos y construyendo sentidos comunes. 

Otra línea fue apostar a algo así como una formación de formadoras. Entre otras cosas que hicimos en ese sentido, cuando nos invitaban a dar un taller, en lugar de darlo nosotras, trabajábamos un tiempo con las compañeras para que ellas mismas lo diseñaran e hicieran. 

En estos ejemplos no interesan tanto las estrategias concretas (que podrían haber sido otras), sino la idea de que la formación es mucho más potente cuando se piensa como un modo de construir confianza, afecto y organización política con otras y no como mera transmisión de conocimiento.

Las múltiples experimentaciones que vemos en el movimiento feminista hoy demuestran que hay una necesidad de abordar la formación como tarea política colectiva. 

La educación autodidacta no es una opción para las mujeres y disidencias que tenemos dobles o triples jornadas. Por eso, nuestra lucha es también por disponer de un tiempo y un espacio para la formación desde nosotras y para nosotras, como parte de la vida cotidiana de nuestros colectivos y organizaciones. Como dice Federici, la formación política es parte de la infraestructura de nuestras luchas. Por eso es un trabajo indispensable.

Victoria Furtado

Montevideana viviendo en Nueva York. Militante feminista. En la universidad investiga sobre feminismo, lenguaje y política. Integrante de Zur.

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