El escrache feminista está cambiando a Bolivia

Ilustración de Lorena K por Ojalá.

Reportaje • Claudia López Pardo • 24 de noviembre, 2023 • Read in English

En marzo de 2020, desde La Paz la denuncia de Icla K. hacía estallar las redes sociales. Ella junto a otras mujeres y su red cercana denunciaban que Alejandro Archondo y Alejandro Cambero la doparon y violaron en su hogar.

El hecho horrendo visibilizó la extendida cultura de violación en Bolivia pero también ponía sobre la mesa el deseo y la urgencia de romper el silencio. 

Ese año, tal vez sin saberlo, Icla abrió una nueva posibilidad para la justicia de las mujeres y feministas dando forma a lo que más tarde se nombraría como escrache también en Bolivia. La lucha de Icla sirvió de fuente de reflejo para muchas mujeres jóvenes y mayores que en los años posteriores se animaron a hablar entre ellas, en sus espacios políticos y en los espacios públicos para develar que las mujeres estamos hartas de la violencia machista. 

Conforme ha pasado el tiempo, la práctica del escrache se extendió en todos los espacios en Bolivia. 

El año pasado, desde la intimidad de las cocinas salía una denuncia contra Marco Quelca, un reconocido chef de la nueva cocina alternativa boliviana. Un grupo de cocineras denunciaba abuso sexual y abuso laboral. Se organizaron varias acciones públicas, protestas en los eventos en los que Quelca participó y llamados a poner atención con lo que pasa al interior de las cocinas y sus alrededores.

Las mujeres denunciaron que la producción de la cocina gourmet contenía en sus adentros formas militares y jerárquicas en las relaciones entre chefs varones y cocineras. Encubría no sólo explotación laboral sino acoso y abuso sexual a chicas jóvenes que se formaban en el restaurante Sabor Clandestino, un tipo de cocina que apuesta por la reapropiación de la cultura popular y el consumo de productos locales.

Pero la actitud de las instituciones del mundo de la comida fue de negación. Gourmand World Award en mayo de 2023 premió en Suecia una obra de Quelca, otorgándole el reconocimiento a la innovación y a la creatividad en la categoría “Design and Art Book” y  “Food and Indigenous Peoples”. Quelca rechazó todas las acusaciones realizadas en su contra. 

Las denuncias y la amplia campaña realizadas por María René Parada, otras cocineras y el colectivo de feministas desde septiembre de 2022 fueron puestas en cuestión. “A ellos les importaba más premiar a un chef con rasgos indígenas antes que apoyar el escrache contra el abuso sexual”, me dijo Parada en una entrevista.

Un Escracho en Sucre

Mientras salían las denuncias contra Quelca en La Paz, en Sucre, las jóvenes a modo personal y colectivo se organizaban y preparaban una acción para el 8 de marzo. 

“Estábamos cansadas de que nadie se conmueva frente a la muerte, todos los años realizamos performances nombrando a las víctimas de feminicidio. Nadie se conmovía. Fue por eso que organizamos el tendedero”, cuenta Flor Azul, una joven feminista de Sucre. Para resguardar su identidad y porque luego de la acción varias de las chicas sufrieron agresiones y persecución, pidieron anonimato. 

El tendedero fue el grito estruendoso de las mujeres en Sucre. Esta acción se instaló en la plaza 25 de mayo, en pleno centro de esa ciudad. Allí se expusieron los rostros de varios agresores sobre cuerdas, cual ropa puesta a secar después de lavar. 

Es otra forma de hacer escrache que podemos entender como práctica de “enrostramiento” a decir de María Galindo. El tendedero expuso diferentes denuncias: abuso sexual, abuso de poder, violación, acoso, etc. Fueron acusados principalmente hombres de poder de las universidades, magistrados, docentes, y otras autoridades. 

El escracho como lo nombran en masculino las chicas de Sucre, tuvo como objetivo desenmascarar los rasgos conservadores y patriarcales de una sociedad machista. Diversos hombres de clase social media y alta fueron alcanzados por su impacto. 

Aquel día se vivió como una fecha escandalosa para varias familias tradicionales de Sucre. Para las feministas fue un día de goce y liberación.

Los hechos anteriores dan cuenta de la politización de múltiples deseos, exhiben los frutos de largas reflexiones y debates sintetizados en la práctica del escrache.

El trabajo de sistematización realizado por Precarias e Investigadoras, espacio del que hago parte, da cuenta que el escrache es una acción concreta dentro de un proceso más largo de producción de justicia. Durante los meses de agosto y septiembre de 2023, realizamos 16 entrevistas y dos diálogos con diversas mujeres. Este artículo es un primer resumen del trabajo de investigación realizado, el material de devolución pública saldrá en el mes de febrero de 2024.

En las entrevistas, señalaron que la violencia es estructural y desborda los límites de la violencia de género. Y si bien la mayoría de los escraches provienen de denuncias de violencia sexual, se hacen visibles otro tipo de realidades. 

¿Quiénes escrachan y dónde?

Escrachan mujeres y disidencias de diferentes estratos sociales, sin embargo, la mayoría de quienes lo hacen tienen “acceso a redes y a un celular inteligente” señala Natalia, quien activa desde un colectivo especializado en escrache en la ciudad de Cochabamba. 

No escracha cualquiera, sino que esta práctica está sujeta a ciertas condiciones de clase social y a la capacidad de producir o tejer redes afectivas con otras así como también estar conectada a redes digitales.

Con todo, la expansión y la masividad de los escraches tanto materiales como virtuales hacen visible que se escracha en una larga gama de espacios: académicos, religiosos, políticos de la derecha y las izquierdas en todos los territorios, sobre todo urbanos.

Para las entrevistadas, el escrache toma su fuerza para enunciar que tal práctica está profundamente ligada al deseo de justicia. Es una práctica re-significada que va re-emergiendo en el tiempo actual de rebelión de las mujeres y feministas como un modo franco, honesto y gritón de romper el silencio. 

Es importante señalar que como es una práctica en movimiento, el escrache es un modo de nombrar nuestra verdad. Su conceptualización se enraíza en los espacios de luchas antipatriarcales. Dependiendo del espacio o colectividad se denomina escrache, escracho o funa.

La mayoría de los escraches pueden leerse como denuncias individuales. Sin embargo, cuando las voces de denuncia se convierten en posibilidad común, impulsando el ánimo de decir y de no callar se siente como una experiencia que se comparte y se vuelve colectiva. 

Las denuncias que producen libertad  

Cuando las denuncias se realizan en el terreno de las instituciones encargadas de “regular la violencia”, cada mujer debe “tomar en cuenta que sufrirás más violencia” señala Icla K. 

Sin duda, denunciar formalmente en los terrenos del aparato estatal no es ni será una experiencia sencilla. Por esa razón, muchas víctimas de violencia prefieren denunciar en redes sociales y usan el escrache como una herramienta de amplificación de la voz propia.

Algunas otras experiencias de voz colectiva cuentan que en las movilizaciones masivas del 2022 en Bolivia, como el 8 de marzo  o el 25 de noviembre, la convocatoria feminista alcanzó a mujeres y adolescentes jóvenes entre 13 y 18 años. 

Aquellas jovenes encontraron en las movilizaciones la contención y el cobijo necesario para denunciar violencia sexual en sus entornos familiares. Esas mujeres, con voz propia, tomaron esos espacios para construir una tribuna de enunciación para sí mismas.

Las redes funcionan como plataformas efectivas para la difusión de las denuncias que en la mayoría de los casos se viralizan. “La salida no es el olvido” señala Flor de Guanto, una feminista de Cochabamba al referirse al escrache también como un pedido de auxilio. “Denunciar es el principio, pero la mejor justicia es con nosotras mismas”, afirma. “Es sanarse”.

Las contradicciones del escrache

Mientras se da forma a la experiencia compleja de la denuncia de una agresión, algunas veces el escrache se confunde con venganza o linchamiento.

Cuando los escraches se despolitizan, las contradicciones afloran. Natalia dice que algunas chicas usaron a su colectiva para volver con sus chicos y abusadores. 

“Nosotras escrachábamos, y a través de eso el abusador le pedía perdón y volvía con ella. Eran escraches falsos. Eso nos ha afectado”, comentó. Ellas se encontraron con dos dificultades: primero, la veracidad del escrache se pone en cuestión. Segundo, quienes acuerpan un escrache corren el riesgo de enfrentar una denuncia penal por difamación.

El escrache puede ser “un arma de doble filo” afirmó Natalia. Ella y su colectiva tuvieron que encarar la contraofensiva y la posibilidad de enfrentar un contra escrache, que es cuando el agresor escracha a la colectiva por redes y promueve persecusión e intimidación material y por redes hacia las integrantes de la colectiva. 

Debido a que la contraofensiva contra las feministas que denuncian es un riesgo latente, varias de las entrevistadas pidieron confidencialidad y cuidado de sus identidades.

Surge esta problematización cuando los fines del escrache no están claros, cuando hay un afán de instrumentalizarlo para otros fines o cuando no se politiza la lucha, en este caso, los efectos de la denuncia y sus consecuencias. Lo complicado se produce cuando en la disputa sobre la narrativa, los mecanismos de verificación no están bien reflejados entre quienes escrachan. 

Como principio de autodefensa las colectivas que escrachan han desarrollado rutas que sirven de comprobación, por ejemplo los testimonios de quienes denuncian son información fundamental, se revisa si los agresores tienen denuncias formales, la repetición del agravio pues la mayoría de los agresores tienen más de una denuncia (formal o no), etc.

A seguir en la búsqueda de justicia

¿Cómo seguimos politizando para que el escrache no pierda su significado de autoconciencia, de ruptura del silencio, y siga siendo una práctica radical?

En los espacios feministas donde se están politizando las luchas contra todas las violencias, abrir el debate sobre la noción de justicia nos hace pensar cómo estamos abordando lo legislativo, las instituciones policiales, el punitivismo y sus límites.

Hoy a lo largo de Bolivia los escraches se viven como luchas cotidianas que desatan diferentes catarsis. Son procesos que van tomando forma a la vez que se politizan los dolores que surgen a raíz de la violencia que se llevan en el cuerpo. 

“Hay que reconocer que antes había mucho silencio de las mujeres”, dice Flor Naranja, feminista de Cochabamba. “Ahora estamos aprendiendo con las jóvenes que hay que gritar porque un violador siempre repite”. 

Tal vez así, con el escrache, quienes abusan y violan sepan que no hay impunidad en la repetición del agravio. Las víctimas y sobrevivientes ya son desobedientes del mandato de silencio social. Por esa razón los escraches son un llamado a la memoria, para que los casos y las denuncias no queden en el olvido. La lucha de Icla K ya es una lucha colectiva. Nosotras no olvidamos.

Claudia Lopez Pardo

Lives in Bolivia. She’s a part of anti-patriarchal weavings and struggles. At Ojalá, she writes about the struggles of renewed feminisms in a situated way.

Anterior
Anterior

De Chile a Palestina

Siguiente
Siguiente

La izquierda apócrifa y el poder en Cuba