México, a 10 años del desbordamiento violeta

Ante un panorama tenso, en dónde el gobernador de Oaxaca inició la persecución y la criminalización de quienes se manifiestan, miles de mujeres salieron a marchar en Oaxaca de Juárez, México el 8 de Marzo 2024. Foto © Naxhielli Arreola.

Opinión • Libertad García Sanabría • 4 de abril, 2024 • Read in English

La vivencia de una marcha se construye colectivamente desde sus fragmentos situados. Rostros, carteles, acciones concretas, consignas que emergen. Las tareas previas y los efectos —tanto personales como los comunes al grupo de mujeres que coincidieron— se producen en conjunto en ese hito que es cada 8 de marzo.

El 8M de 2024 para mí ha sido catártico. Inesperadamente gozoso, disruptivo y alegre por el convite con las amigas y con nuevas cómplices que expanden mi círculo en la ciudad de Oaxaca. 

Extrañando a otras con quienes ahora no hay coincidencia y atravesadas por el aniversario de una agresión misógina y machista que recibió una compañera muy cercana y amada, también fue ocasión de dolencia colectiva.

Pudimos expandir la potencia de tomar la calle por todas las que estuvieron, por las que ya no están, por las que estamos y por las que vendrán algún día a la marcha por el Día Internacional de la Mujer. A mí me convoca más decirle, simplemente, 8M. 

Traer y extender la experiencia de bailar juntas, de ocupar la calle, de incomodar un poco el escenario higienizado y de temática turística en que se ha convertido la ciudad de Oaxaca. Para llegar acá hemos andado otros caminos juntas.

Expansión y memoria

En 2024 se cumplen diez años de lo que considero fue un desbordamiento feminista en México. Esa percepción se entreteje con la historia del movimiento feminista en la Ciudad de México —donde entonces vivía— y de mi alesbianamiento al inicio de mis treintas.

El abrazo al lesbianismo feminista fue sumergirme en profundidades vitales que mi feminismo heteronormado y mi práctica heterosexual ni siquiera habían advertido, menos cuestionado. 

Hace diez años se abrieron momentos de mucho activismo, de salir a las calles con otras, de extensos diálogos cobijados en asambleas de mujeres, de encuentros con otras semejantas y de visibilidad en aquella ciudad. Desde el trabajo para visibilizar la violencia lesbofeminicida en Bellas Artes el 17 de mayo del 2014 hasta la marcha del #24A contra la violencia de género el 24 de abril, 2016.

En esos años abrimos el espacio feminista La Gozadera en el céntrico y estrátégico barrio de San Juan de Letrán, territorio que fue gentrificándose hasta expulsarnos años más tarde. 

El asesinato de Alessa Flores nos encontró reunidas en asamblea por el asesinato de Paola Buenrostro en octubre de 2016. Desde entonces la bandera trans con el nombre de Alesa estuvo físicamente presente en nuestra casa Gozadera hasta que cerramos el espacio.

El incendio en casa Hogar Seguro Virgen de la Asunción de niñas en Guatemala, en el cual fallecieron 41 niñas y adolescentes, también un 8 de marzo, nos quebró en 2017. En diálogo con compañeras de la organización Claveles rojos Guatemala pudimos comprender la contradictoria densidad de la violencia simbólica del fuego usado tantas veces para arrasar las rebeldías en ese territorio. 

En ocasiones, el dolor se nos desbordó. Lesvy Berlín Osorio fue víctima de feminicidio dentro del campus universitario de la UNAM en la Ciudad de México el 3 de mayo de 2017 por parte de su entonces pareja. Su rostro se me volvió entrañable a través de un cartel que, a la entrada de nuestro local, incansable pedía justicia. 

La pérdida de tantas compañeras nos reunió con otras a quienes fue un honor prestarles la casa para ruedas de prensa, asambleas, eventos de recaudación; para conversar, recibir terapia, consuelo y acuerpamiento. 

En 2018 nos convocaron las mujeres zapatistas. Conmemoramos juntas aquel 8 de marzo en el Caracol 4 Torbellino de Nuestras Palabras en Chiapas. 

En diciembre de 2019, su convocatoria nos hizo coincidir al sur del país, esta vez en el Caracol Morelia para recordarnos que entre nosotras el acuerdo es vivir.

De ahí, el feminismo se desbordó en las calles y en los barrios periféricos, los feminismos se multiplicaron, las genealogías feministas crecieron cual rizomas. 

A algunas nos crecieron ramificaciones, nos entretejimos en alianzas inéditas. Y sucedieron también cuestionamientos, pluriversas posturas no siempre coincidentes, rupturas y distanciamientos, entre cercanas y lejanas, e incluso se abrieron cicatrices y heridas de otros ayeres feministas. 

En 2020, iniciando el quinto año del espacio La Gozadera, el pilar económico que habíamos sostenido, alcanzaba para las demás actividades: cubría los salarios de alrededor de 10 compañeras que ahí trabajábamos e incluso nos permitía un incipiente margen de reinversión. 

Entonces vino el inmenso 8M del 2020. 

Con mantas y tamboras salimos juntas a las calles. Aquel año habíamos ya integrado la dinámica de preparar ollas de comida para invitar un taco a las compañeras que, después de la marcha, quisieran llegar a conversar. 

La semana posterior a aquella gran movilización se declaró el cese de actividades por la pandemia de COVID-19. En septiembre de 2020 anunciamos el cierre de La Gozadera. 

Manifestantes en Oaxaca de Juárez, México, el 8 de marzo, 2024. Foto © Naxhielli Arreola.

Otro territorio para marchar hoy

Han pasado una pandemia y al menos dos guerras desde entonces. 

Hoy percibo el recrudecimiento de violencias estructurales que se ensañan en el cuerpo de las mujeres. Violencia narco criminal, precarización, expulsión intensificada de habitantes de territorios urbanos y rurales nombradas como gentrificación y turistificación. Las “olas de migración” que son exilios. A veces son “sexilios”, como dice Norma Mogrovejo: única opción frente a la lógica de muerte y de aceptación de una vida violenta para tantas personas disdentes de la heterosexualidad obligatoria en los sures globales. 

En la ciudad de Oaxaca, este 8M 2024, presencié numerosas intromisiones irrespetuosas de personas que con sus prisas y violencias querían atravesar el cuerpo colectivo que estábamos tejiendo marchando juntas. Aprender a poner límites es un ejercicio corporal que entre todas hay que ejercitar con más frecuencia. Contagiarnos la potencia unas a otras. 

Durante la marcha también vi otras muchas personas indiferentes y otras muchas observando, un poco inmovilizadas. Nosotras continuamos tejiendo.

En esta ocasión la movilización estuvo llena de voces de compañeras menores. Mi mirada se inundó con la gráfica hecha de cantos al futuro esperanzado y a la memoria del fuego legado por las ancestras. 

Mis ojos y mi política no extrañan las enormes mantas plastificadas.  Saludan, más bien, las consignas a gritos que persisten ensayando su potencia, me emocionan los carteles con inéditas voces: 

“Quiero amigas egresadas, no enterradas”.

“Quisiera ser un monumento para que me protejan”.

“Mi país es feminicida”.

“Grito lo que mi abuela calló”.

“No somos competencia juntas somos resistencia”.

“Las niñas de Gaza no son una amenaza”.

Repensando los últimos 10 años de desborde feminista en México, quiero recuperar dos gritos de justicia y dos legados presentes que hoy me cimbran y me convocan a buscar la calle para caminarla acompañada cada 8M. 

El pasado 19 de febrero se aprobó en la Ciudad de México la Ley Malena que tipifica el delito de violencia por ataques con ácido, sustancias químicas o corrosivas hacia mujeres, adolescentes, niñas y niños, personas transgénero y con discapacidad. 

Tras una batalla legal y mediática a raíz del intento de feminicidio por ataque de ácido que vivió María Elena Ríos Ortiz por parte de Juan Antonio Vera Carrizal, entonces diputado del Partido Revolucionario Institucional (PRI), hoy es una realidad el ensanchamiento de la ruta a la justicia formal para muchas mujeres y personas diversas, al menos en la Ciudad de México. 

El segundo grito de justicia es por el caso de “Chío” Rocío Esmeralda N, quien el 2 de abril de 2023 sufrió un ataque de lesbo odio en Tlalnepantla, Estado de México. Al defender su vida y la de su pareja se generó una situación que la llevó a prisión inculpada de tentativa de homicidio. 

Cierro evocando dos inmensos legados. Primero, el de Francesca Gargallo, rebelde, feminista transfronteriza, maestra, amiga, quien trascendió el 3 de marzo de 2022. Y segundo el de Chuy Tinoco, lesbiana feminista autónoma, maestra siempre crítica,  que partió a inicios de febrero de este 2024. Sus pensamientos y existencias marcharán siempre entre nosotras.

Libertad García Sanabria

Mujer, lesbiana, feminista nacida en la CdMx, con actual residencia en el estado de Oaxaca. Es Licenciada en Sociología por la UAM-Xochimilco, Maestra en Ciencia Política por El Colegio de México y, actualmente, doctorante en Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Es co-creadora del espacio cultural feminista La Gozadera, que abrió sus puertas en el centro de la CdMx de 2015 a 2020. // Woman, lesbian, feminist born in Mexico City and based in Oaxaca. She has a BA in Sociology from UAM-Xochimilco, a Masters in Political Science from the Colegio de México and is a doctoral student at the UNAM. She co-founded the feminist cultural space La Gozadera, which was open between 2015 and 2020 in Mexico City.

Anterior
Anterior

Abolición, feminismo y reproducción social

Siguiente
Siguiente

La izquierda cubana, crítica y descolonizada